La modelo en apuros

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antoniodeoviedo
II Conejitos
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La modelo en apuros

Mensajepor antoniodeoviedo » Lun Nov 01, 2021 18:10

A mediados de julio, Ana llamó por primera vez a Silvia. Tenía 20 años y llevaba viviendo en Madrid desde los 17, cuando, con su novio tres años mayor, se lanzaron a la aventura de abrirse camino como modelos, intentando convertir su evidente belleza en una profesión. Obviamente no les resultó fácil y, junto a algunos trabajos que les animaron, tuvieron que alternar con otras ocupaciones y con etapas más o menos largas de estrechez que Mario cubría trabajando como electricista. En aquel mes de julio la sequía se estaba prolongando demasiado y Ana pensó que, ante la inminente llegada del parón de agosto, no tenía más remedio que activar el “plan B” que siempre había tenido en la cabeza pero que hasta ese momento había conseguido aparcar. Ese plan B no era otro que llamar a una agencia de contactos y concertar su venta en las mejores condiciones posibles.
Silvia la tranquilizó y le hizo ver que, puestos a dar el paso, se encontraba en las mejores manos. Su bonito cuerpo y su condición de primeriza y -mejor aún- de jovencita ennoviada desde antes de perder la virginidad, la hacían muy atractiva, así que se puso en marcha. Ni siquiera era necesario mandarla un mes al gimnasio o a hacer dieta, como ocurría a menudo con otras candidatas demasiado indulgentes consigo mismas.
Jugó fuerte y consiguió arrancarle a uno de sus mejores clientes un precio realmente excepcional, prometiéndole también algo fuera de lo común. Cuando quedaban un par de días (el cliente también se iba en agosto y desde luego no estaba dispuesto a dejarlo para septiembre) y ya se estaba en la discusión técnica (ropa, detalles íntimos, lugar del encuentro), Ana se volvió atrás porque a su novio le acababa de llegar una buena oferta: tres meses de trabajo como figurante en una serie, a comenzar a mediados de agosto.
Silvia montó en cólera porque no quería quedar mal con el cliente y porque ya contaba con el dinero. Insistió a Ana en que fuera profesional y cumpliera su palabra, pero ella no quería dar el paso si no era absolutamente imprescindible, y ya no lo era. Hubo que montar algo más o menos nuevo que compensara al cliente (alguna de las chicas hizo por primera vez algo que al cliente le apetecía probar), y Silvia le prometió, y se prometió a sí misma, que Ana volvería a llamar a la puerta y que ese cliente tendría la ocasión de disfrutar lo que casi había tenido en la mano, o, si prefería, rechazarlo.
Silvia no llevaba años en el sector por casualidad. Ana le había contado, con poca prudencia, en qué serie le habían prometido trabajo a su novio Mario, y, tirando de contactos, Silvia pudo llegar hasta el encargado de contratar a los figurantes y no le costó conseguir que vetasen a Mario inventándose una historia sobre una supuesta experiencia desagradable con él que demostraría su falta de seriedad.
La noticia les llegó a Mario y a Ana pocos días antes del inicio previsto del rodaje de la serie, cuando su situación económica era aún peor que en julio, puesto que, contando ya con esos ingresos, habían hecho un pequeño viaje que les había dejado endeudados. A Ana la decepcionó este nuevo fracaso de Mario y, tan ofendida como radiante, decidió que bastaba de contemplaciones con él y que ya era hora de vivir bien y de que alguien apreciase lo que él no sabía valorar, porque si lo valorase haría lo necesario para sacarla de esa precariedad.
Haciendo de tripas corazón, volvió a llamar a Silvia, que naturalmente se hizo de rogar, aunque, en realidad, el cliente no tenía ningún interés en hacerse el ofendido ni en rechazar la pieza. Se impusieron algunas condiciones un poco más exigentes que la primera vez (descartando ciertas contemplaciones que antes del verano se habían tenido con Ana en atención a su falta de experiencia), pero se respetó el precio, que era algo que a Ana y a Silvia les importaba mucho y al cliente más bien poco, cegado como estaba con la perspectiva que se le ofrecía.
Como pasaba frecuentemente, Ana pasó de la fase de rechazo a la de morbo y aventura. Estaba francamente harta de Mario, que ya le estorbaba, y se sorprendía a sí misma fantaseando y revisando su cuerpo y su ropa. Silvia sabía hacer su trabajo y fue dosificando la información para mantener la tensión. “Le conozco bien, ese no necesitaría pagar…”. “Espero que no te enamores…”. “No te preocupes porque sabe manejar perfectamente la situación”.
En los días previos, Ana insistió a Silvia en que estaba preocupada e incómoda porque Mario se pasaba todo el día en casa y no sabía cómo iba a poder arreglarse bien para ir a la cita. No es fácil de explicar que, cuando supuestamente vas a ir a una clase de inglés, te pases una hora probando lencería y paseándote desnuda del baño a la habitación y de la habitación al baño. Y es que Ana se estaba preparando a conciencia. Para empezar, con una dieta de abstinencia sexual de casi dos semanas para disfrutar al máximo el encuentro y para que su descubridor se llevara un buen premio. Después, cuidado de la dieta y ejercicio (aunque en su caso no era necesario) y, por último, una lencería y ropa muy cuidada para ir elegante y a la vez seductora. En el momento inmediatamente anterior al encuentro no se iba a sentir a gusto preparándose delante de Mario.
A Silvia no se le ocultaba que Juan, el cliente, era hombre de recursos y le contó lo que pasaba. Divertido por ese reto, hizo que su secretaria llamara a Mario y le pidiera presupuesto para una supuesta instalación eléctrica en su oficina. Con esa excusa, Mario tuvo que salir a las 8 de la mañana hacia la sede de la empresa Juan para tomar medidas y preparar el presupuesto. Hacer madrugar al novio de su futura amante, y tenerle controlado en la empresa del hombre que estaba disfrutando a su novia, fue una pequeña maldad que sorprendió incluso a Silvia y estuvo a la altura de la de ésta al provocar su despido. A Ana no la molestó, sobre todo cuando a las 9 de la mañana (ya sola) llegó a su casa un ramo de flores con una preciosa cesta de productos para el baño. Ana tenía tiempo hasta las 11 y le dio más morbo aún bañarse con esos productos y empezar a sentir el contacto de Juan, que había tenido buen gusto al elegirlos. Aunque estaba muy excitada, prefirió no tocarse porque no quería perderse ninguna sensación.
Un conductor de Cabify pasó a recoger a Ana con un coche bien elegido y entró en el hotel por el parking, lo que le permitió llegar directamente a la puerta de la habitación sin pasar por la recepción ni ver a nadie. En las conversaciones previas, Juan fue galante y le ofreció, a través de Silvia, ir a buscarla personalmente, aunque ya suponía que Ana lo rechazaría para proteger su intimidad y porque le daba algo de vergüenza que Juan viera que no vivía en el cuento de hadas que su ropa daba a entender.
La habitación estaba al final de un pasillo en penumbra, iluminado con discretas luces en los marcos de las puertas. Ana se lo había pasado muy bien preparándose. La música en el baño y en la habitación le habían mecido el cerebro, evitando que se planteara algunas cosas, y lo mismo había pasado durante el trayecto de 20 minutos en el Tesla negro que la llevó a uno de los hoteles más lujosos de Madrid, pero ahora parecía que el tiempo pasaba más lentamente mientras sus tacones recorrían, sin apenas ruido, el mármol oscuro del pasillo. Sentía electricidad en sus pezones y en la entrepierna, como si llevara un vibrador de esos que se activan con una aplicación, pero a la vez se estaba activando alguna alarma de las que había adormecido en las últimas horas. “La suerte está echada”, pensó, convenciéndose a sí misma de que ya no había vuelta atrás.
En esto estaba pensando cuando llamó a la puerta. Interiormente le habría decepcionado que Juan estuviese pegado a ella, esperando ansioso su llegada, y también le habría parecido mal que la tuviera esperando demasiado tiempo, expuesta a encuentros embarazosos.
Mientras ajustaba la falda, la ansiedad iba entrándole a Ana en los 30 segundos que pasaron hasta que se abrió la puerta, aunque se le calmó recordando que Mario, aunque muy guapo, no estaba demasiado bien dotado, mientras que Silvia le dijo que con Juan “se iba sentir virgen otra vez”.
“Cuánto ha costado que nos encontremos, ¿verdad?”, preguntó Juan una vez que se cerró la puerta y ambos superaron la primera impresión.
Ana sonrió, un poco cortada. Juan estaba sólo ajustando la visión real a la idea que se había hecho a partir de las fotos que le había enviado Silvia, y no estaba en absoluto decepcionado… se limitaba a intentar adivinar el cuerpo de las fotos bajo la elegante ropa que todavía llevaba Ana. La erección estaba siendo rápida, tal vez demasiado. En cuanto a Ana, que no había recibido ninguna foto (sólo insinuaciones de Silvia, bastante claras por otro lado), estaba algo cohibida porque Juan le gustaba y le imponía un poco.
(Juan también se había preparado para le cita, pero no con un periodo de abstinencia, como Ana, sino follando dos veces el día anterior a una vieja amiga con la que se entendía muy bien en la cama. Cuando follaba, le gustaba tener dos orgasmos para que el cuerpo no perdiera el instinto de volver a excitarse. Le contó a su amiga que quería estar en plenitud al día siguiente y no correrse demasiado rápido en el estreno de una jovencita, y a ella la excitó muchísimo y le dio ideas. A Juan también le gustaba, cuando dormía con una mujer y tenía una erección al levantarse, darse satisfacción en todo caso, porque no quería perder esa costumbre).
La habitación tenía una terraza de mediano tamaño con buenas vistas porque estaba en un piso alto. Entraba mucho sol y Juan la invitó a salir con él. Ana se dio cuenta de que, desde el primer momento, Juan se acercaba a ella con toda naturalidad, con una confianza que un desconocido no se atrevería a tener. En otras palabras, estaba dejándole claro a ella que no eran desconocidos ni una relación amistosa, sino que la posición estaba clara desde el principio.
Mientras miraba el paisaje, con las manos apoyadas en la barandilla de la terraza, sintió una mano de Juan en su culo, primero por encima de la falda y después por debajo. Todo sin darle importancia y mientras le señalaba un punto en el horizonte. Ella tampoco dijo nada y notó la excitación en su entrepierna. Juan no tenía prisa, sólo le apeteció palpar la dureza del culo y tocar por primera vez el punto de placer de Ana.

CONTINUARÁ

Porque no es así como quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida (Cervantes)

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