Carla, de Goias

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II Conejitos
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Carla, de Goias

Mensajepor eraser » Mar Dic 19, 2006 17:15

En ocasiones la memoria, que tantas veces nos falla cuando queremos recordar y tantas nos protege de las malas experiencias, se nos ilumina y rememoramos etapas de nuestra vida cortas pero intensas. Muy intensas. No hace mucho he recordado la experiencia que tuve con una brasileña del Club Flamingo, hará ya un lustro, cuando ya parecía estar en decadencia pero el local era aún referencia obligada para muchos. Simplemente quisiera contarla aquí, dejándome licencia para mi propia interpretación.

Recuerdo que había acudido por primera vez al Flamingo en aquellas navidades, tan calurosas, que casi podías ir en manga corta por la calle. Me gustó la chica con la que subí, aunque quedé con ganas de algo más morboso y excitante. Así que el mes de enero, tras las fiestas navideñas y con la consabida cuesta arriba, me lancé a buscar a alguna chica necesitada que buscase mi presencia. Recuerdo que subí en aquella ocasión con una chica llamada Rosa, de la que hablé aquí en otro relato que perduró hasta que fue borrado. Pero recuerdo sobre todo el momento de entrar: lo primero que vi fue una mujer que llamó mucho mi atención. Estaba sentada en la barra triangular del Flamingo, justo al otro lado cerca del pico, con una mulata amiga suya. Ella era muy morena y de pelo largo, con un morbo especial en la mirada. Me recordaba a una chica que había conocido hacía unos meses. Tanto fue así que me asusté al pensar que era la misma persona. Recuerdo que ella me miró con la boca abierta e intentó atraerme, pero yo aún seguía con ese susto tan estúpido y reculé.

Sin embargo, tenía ganas de volver para probar a aquella mujer tan exótica. No forcé demasiado la máquina, dado que mi economía no andaba muy boyante en aquella época, y esperé al comienzo del mes de febrero para volver a realizar una visita.

Por fin llegó el mes de febrero y me preparé para conocer a aquella hembra caliente. Llegué un martes allí, al igual que en otras ocasiones, para no encontrar rivales que me hicieran sombra. Allí la volví a ver, en su mismo rincón de la barra. Me miró y un mes después me reconoció. Acudí a ella. Me presenté y ella me dijo también su nombre. Se llamaba Carla y era de un pueblo de Brasil llamado Minazú, en el departamento de Goias. Por fin podía mirar su cara frente a frente de cerca, esa cara que había visto de lejos y ya tenía delante de mí. Esa cara llena de morbo, morena, y esos ojos que me miraban y hacían reventar mi bragueta. No paraba de mirarme mientras se encendía un cigarrillo y fumaba, como desafiante e insinuante, incluso expulsando el humo muy cerca de mi cara. Entonces, entre la tenue luz del Flamingo, comenzó a subir la temperatura.

Se bajó del taburete en el que estaba sentada y pude apreciar la verdadera estatura de aquella garotinha. Llevaba botas altas, casi hasta sus ingles, pero aún así no parecía medir más de metro y medio. Estaba gordita, seguramente debido a la inactividad propia de tantas noches sentada esperando clientes. Su larga melena morena y ondulada caía sobre unas nalgas enormes y duras que desde luego no me privé de agarrar y estrujar. Dijo tener 25 y luego más tarde, según la fui conociendo, 29, y también dijo que no tenía hijos, que había trabajado de secretaria y de prostituta en su país. Dijo en definitiva muchas cosas no necesariamente por este orden ni en el mismo momento y lugar, pero todas se agolpan en mi mente para después estallar en algo muy concreto y excitante: el momento en que se pegó a mi cuerpo con su vestido ajustado negro y empezó a bailar sensualmente junto a mí, al tiempo que yo le tocaba las tetas y y me besaba con maestría. Qué besos. Mi lengua entraba en su boca con la humedad que luego entraría mi miembro en su vagina; vagina dentada en este caso, pues sus dientes acariciaban mi lengua con gran suavidad.

Entre tanto hablar, besar y rozar, mi pene ya pedía a gritos salir al exterior para expresar lo que sentía. Había pasado una media hora y no me apremiaba para subir con ella. Hasta que yo le sugerí y ella me dijo que por veinticinco minutos, prácticamente media hora -me matizó-, tendría que pagar seis mil pesetas. ¡Qué tiempos aquellos en que ni se apretaba de mala manera a los clientes ni el euro aún había hecho saltar a los buitres y otros especuladores! Lógicamente, subí sin pensarlo.

Ya en la ascensión al siguiente piso me di cuenta que Carla no era simplemente una chica simpática; era una chica especial. Al pasar al Hotel, la puerta tenía un escalón, y ella me advirtió que tuviese cuidado. Iba subiendo y yo veía aquel culo guiándome y contoneándose, culo grande pero con ganas de comerlo a cada movimiento. Pasamos por taquilla y de inmediato fuimos a la habitación, donde seguimos hablando.

Allí nos fuimos desnudando con tranquilidad. Mientras yo dejaba mi ropa en la silla al lado de la puerta, ella se quitaba el vestido encima de la mesita y se quitaba el tanga, para dejar totalmente a la vista su culo y su sexo. Mientras nos desnudábamos ella me confesaba que no sabía mucho español y que además los brasileños no perdían su acento, a lo que respondí que nada se debía perder, ni el acento ni el tiempo, con las consiguientes risas de ella. Ya más centrado, me fijé en los tatuajes que tenía: uno en su escápula derecha, con la forma de un unicornio, bastante grande y bonito, y uno en cada una de aquellas grandes nalgas: en la derecha una crucecita formada con calaveras y en la izquierda algo que parecía una calavera más grande. "¿Te gusta mi piel? Soy una india", me decía mientras yo me quedaba fascinado mirando su cuerpo y los dibujos de su piel, hechos en Brasil como ella me confesó. Muy morena me parecía para ser india, pero eso no me importó: "Si todas las mujeres son así, ahora mismo me voy a Brasil", le respondí a ella mientras se reía con esa cara de morbo que no hace más que fijarse en mi mente.

Una vez que estábamos totalmente desnudos, salvo las botas de ella, acudimos al cuarto de baño. Ella se lavó primero y después llegó mi turno. Para entonces mi pene estaba algo ligero y pensaba que se me había ido la excitación de tanto esperar, pero bastó que ella pasara su mano enjabonada por el tronco y el glande para empezar a levantar su ánimo. Mientras miraba cómo limpiaba mi miembro, escuché unos gemidos. Levanté mi mirada y vi aquella cara de morbo abriendo la boca y gimiendo. Inmediatamente mi picha adquirió un tamaño descomunal, como nunca había visto. Ella se dirigió hacia la cama y yo, como movido por un resorte, la seguí al grito de vamos. Al llegar ambos, ella justo se sentó en el colchón y cuando yo me acerqué a ella mi pene quedó a la altura de su boca, que se abrió para comenzar la felación desde la posición sentada y yo de pie, totalmente alucinado mientras aquella boca tragaba y su lengua lamía con verdadera devoción; sus ojos no paraban de mirar con auténticas ganas de comerme. Le pedí que me dejara acostarme y seguí viendo cómo mamaba mi polla y lamía su agujerito y su frenillo, mientras yo ya entraba directamente en el paraíso.

Entonces, viéndome ya trempado y casi con susto para sus ojos, me colocó el condón y se subió encima de mi verga. Se movió un rato y como se fatigaba, decidió que la penetrase yo encima, mientras miraba su eterna cara de morbo. Así, para variar un poco, decidí tomarla por detrás, embistiendo con fuerza al compás de sus gemidos. Ya puestos a variar, decidí follarla de pie, con ella apoyada en el respaldo de la silla donde estaba mi ropa. Y así, cuando ya se acercaba el final del tiempo, le dije que quería terminar descargando fuera. Entonces ella tomó la sábana de papel de la cama, se sentó con ella tapando la silla y comenzó una nueva felación. Yo queriendo correrme le pregunté cómo se le llamaba a la polla en Brasil, a lo que ella me respondió que el pinto. "¿Te gusta mi pinto?", le pregunté, a lo que ella respondió: "Sí, es grande... y rico", mientras tomaba resuello para seguir chupando. Me iba a correr en su cara, masturbándome, mientras ella me lamía el pene para acelerar el momento, pero entonces cometí la inoportunidad de decir "sí, en tu boquita", a lo que ella respondió: "En la boca no". Así que nos pusimos encima de la cama, yo de pie y ella sentada, y me corrí abundantemente en su pubis recortado en forma de cuadrado. "Como en las películas porno", me dijo mientras los dos nos reíamos.

Cuando me fui, nos encontramos en el pasillo con una limpiadora de El Flamingo. Carla tuvo la amabilidad de pedirme un taxi con su teléfono y cuando ya me iba la limpiadora alabó a Carla diciendo que era muy buena chica y que llevaba dos semanas sin verla subir. Todo ello me quedó marcado en la mente para cuando decidí volver, esta vez ese mismo mes, a la semana siguiente.

Después de esperar un rato en la barra mientras ella hablaba con unos conocidos suyos que no iban a subir, y tras quitarme de encima a unas cuantas maduras nada agraciadas físicamente (el Flamingo ya no estaba en su mejor momento y parecía degenerar), nos encontramos y tras hablar un poco volvimos a subir. Mientras preparaba la cama, ella me acariciaba con su melena y se frotaba a cuatro patas contra mi cuerpo, yo la llamaba gatinha y ella intentaba arrancarme los calzoncillos con su boca. Yo me los quité y cuando me erguía tras dejarlos en la silla, ella se lanzó contra mí, besándome apasionadamente en la boca y aplastándome contra el armario. Entonces de repente se agachó y me chupó el pito sin habérmelo lavado, mientras yo alucinaba. Nos lavamos y directamente nos tumbamos en la cama para que me la chupase y yo la penetrase. Probé varias posturas, incluso en una con ella encima yo moviéndome, que provocó que al retirar mi pene el condón se quedara dentro. Encima, mi picha se había bajado, a lo que ella respondió con una contundente masturbación que me puso bien tieso mientras me preguntaba sensualmente: "¿Voçe quere mais?". Sí, por supuesto: así que la tomé por detrás. Mi pene entró con gran facilidad en aquel coño húmedo, sin tener que guiarlo con mi mano, y una vez así no tuve más que moverme y me corrí dentro de ella con inusitada fuerza, tanto que ella me preguntó si me pasaba algo.

Después de aquello, estuvimos un rato hablando, mientras nos vestíamos, en el pasillo, en la barra, y ella me dio su número de móvil para que la llamase. Quedamos ese mismo fin de semana, conocí a su compañera de piso, salimos de noche, nos pasamos una noche y su mañana follando como locos, los dos abrazados de pie mientras ella masturbaba mi pene, que soltaba líquido preseminal en aquel vientre moreno... muchos recuerdos guardo de ella. Algunos graciosos, como cuando intenté penetrarla analmente, un día que la follaba a lo perro con su culo en pompa, pero al meter el dedo y oler a mierda casi me caigo redondo. Pero al cabo de casi tres meses de conocerla, empezó a portarse con cierta frialdad. Incluso una vez, después de subir con ella y acabar, empezó a fumar un cigarrillo desnuda, indiferente a mí, mientras levantaba su pierna izquierda y me enseñaba aquel coño enorme de labios carnosos, que parecía una flor exótica y que varias veces llegué a saborear. Su cara de morbo había degenerado en cierta arrogancia.

Llamé alguna vez más durante otros fines de semana, pero me dio largas. Así que un día me despedí telefónicamente y ya no supe más de ella. Aún conservo su teléfono, lo encontré en mi antigua agenda, que quizás algún día tire a la basura en una limpieza general. Los recuerdos de Carla no los perderé. Aunque en ocasiones permanezcan ocultos, siempre podré invocarlos para recordar aquellos instantes de placer.
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Mensajepor griesca » Mar Dic 19, 2006 17:34

Tremendo relato, muy bueno eraser.

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Mensajepor eraser » Mar Dic 19, 2006 22:16

Gracias Griesca. La verdad que siempre pienso que la vi alguna vez, porque recuerdo hace tres años, en verano, que vi a una morena bajita a lo lejos que se parecía, aunque no pude acercarme para comprobarlo. Incluso antes vi a una chica de espaldas que se parecía mucho cerca de la tienda de muebles que hay en el cruce de Carlos Marx con Magnus Blikstad, aunque llevaba paraguas, y cuando me di la vuelta ya no estaba para comprobarlo. Quizás esté más cerca de lo que yo pienso, pero no creo que pueda haber nada a estas alturas en caso de encontrarla, ni tampoco es tan importante. Siempre me quedará el recuerdo.
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