Tengo que actuar rápidamente, pensó Silvia (la dueña de la agencia cuya página web había visto María) mientras María pasaba al baño a arreglarse, llevando en la mano el pantalón y el jersey negros con los que había acudido a la entrevista.
Había llamado el día antes, el lunes a las 9 y media. Su voz sonaba nerviosa, se veía que llevaba encima todo el agobio de un fin de semana de preocupaciones. El mensaje le sonó tan aburrido que olvidó pronto algunos detalles: 22 años, maestra en paro, su pareja había tenido una pequeña constructora pero llevaba tiempo sin apenas ingresos, se había decidido a probar en la agencia aunque seguramente sería algo temporal, de hecho ese mismo jueves tenía una entrevista en un colegio privado, tal vez le ofrecerían algo... A Silvia le sonó bien su voz de chica buena y la citó para el martes en uno de sus pisos.
Hacía tiempo que no veía una timidez tan auténtica, un pudor tan real. María era más bien bajita, menos de 1,60, con una cara de belleza clásica y el pelo corto, como si hasta ese momento hubiese querido pasar inadvertida. Cintura bien marcada y formas tirando a generosas, con pechos puntiagudos y pezones de un rosa muy claro. El pubis tenía aún todo el (escaso) vello natural. Silvia notó claramente qué es lo que ex-constructor había visto en aquella chica cuatro años antes, cuando manejaba generosamente el dinero negro en el que cobraba sus pequeñas obras. María había venido con unos pantalones negros de marca y un precioso jersey también negro que dejaba ver un hombro y zapatos de tacón alto, todo de su buena época. En otros casos le habría bastado con verla y hablar con ella, pero al tenerla cerca decidió ir a fondo y le pidió que se desnudara. Era una suerte que hiciera un poco de frío porque sus pezones experimentaron una rápida erección que contribuyó a avergonzarla. Su culito era sabroso y elevado y completamente natural, no trabajado por la elíptica. Silvia no dijo nada y procuró tranquilizar a María, pero no podía dejar de pensar en el valor que aquel bocado tenía para sus clientes preferidos, que sabían apreciar una delicatessen de ese tipo. Ya estaba haciendo mentalmente el orden en el que los iría llamando, con la absoluta seguridad de que ninguno de ellos (tampoco el décimo) desdeñaría el plato sabiamente descrito.
Sólo había un inconveniente: el evidente pudor e indecisión de María, que no dejaba de mencionar a su pareja y también la entrevista del jueves, que probablemente haría innecesario el trabajo en la agencia. Silvia pensó que era necesario actuar rápido y que María no podía llegar a esa entrevista sin haber probado la descarga de adrenalina de una cita y la experiencia sexual de un encuentro con un amante excepcional, con seguridad mucho mejor que su agobiado novio. Sabiamente venció su resistencia diciéndole que un encuentro no importaba nada ni tendría ninguna trascendencia (bien sabía que no era cierto) y que le permitiría comprar inmediatamente una camisa de la que María había tenido la imprudencia de hablarle.
María se marchó hecha un mar de dudas, algo violenta por haber tenido que someterse al escrutinio de una desconocida y con la intención de esperar al resultado de la entrevista. A la vez se sentía bien porque Silvia había halagado mucho su cuerpo y tenía cierta excitación ante una posible cita, después de haber leído a escondidas las maravillas que se contaban en el foro.
Al llegar a casa se puso a hacer la cena sola. Su pareja no llegaría hasta la una de la mañana porque tenía que hacer unas horas de encargado en la tienda de un exempleado suyo, un trabajo mal pagado que a María la ofendía íntimamente. Cuando estaba cenando sola, María recibió un mensaje de Silvia: “Casualmente Juanjo está libre mañana por la mañana y le gustaría conocerte. Prepárate para las 11”. María se puso muy nerviosa, había pensado en dedicar la mañana a preparar la entrevista del día siguiente y ahora todos sus buenos propósitos se tambaleaban. Silvia escribió el mensaje poco después de acabar de convencer a Juanjo, el primer colocado en la lista de clientes a los que pensaba ofrecer a María. Le describió sin tapujos a la chica y no le hizo falta contar muchos detalles para que él deseara de inmediato sentir el placer de seducirla y darle lo que aparentemente no quería recibir pero estaba pidiendo a gritos. Se acostaba con muchas mujeres (no pasaba necesidad alguna), pero esa clase de manjares escaseaban. Rápidamente montó el plan y se dispuso a esperar al día siguiente. Como María tardaba en contestar al mensaje, Silvia la llamó y le ponderó a Juanjo por su generosidad y porque “no le costaría nada”. “Una hora que olvidarás inmediatamente y tendrás la liquidez que necesitas, después que salga lo que tenga que salir en la entrevista”.
A María le desagradó tanta insistencia e incluso le dio pena de su pareja, que a esta hora estaba trabajando por los dos. Decidió no confirmar la cita y darle una oportunidad al trabajo en el colegio. A las 11 se sentó a ver la televisión pero no podía concentrarse. El actor de la serie que estaba viendo le recordó lo que Silvia le había contado, y empezó a sentir la debilidad que le provocaba llevar una semana sin sexo con su pareja, que últimamente eludía sus insinuaciones y sólo quería cuando a él le apetecía. Sin pensarlo, María escribió a Silvia: “A las 11”. María se acostó rápidamente y no quiso masturbarse como hacía todas las noches en que dormía sola, porque no quería perderse las sensaciones del día siguiente. Cuando su pareja se acostó a su lado a la una y media hizo como que no se había despertado y le dio algo de repulsión sentir su sexo excitado empujándola.
A la mañana siguiente María evitó todo lo que pudo coincidir con su pareja, que tenía que marcharse temprano a una entrevista de trabajo. Remoloneó en la cama prolongando las fantasías que había tenido durante la noche. Era su día y quería disfrutarlo. Sintió que no estaba sometiéndose a algo, sino que, al contrario, estaba a punto de abrir una caja que llevaba cerrada mucho tiempo y que la hacía sentirse viva sólo por agitarla. La hora de la cita le dejaba bastante tiempo y lo usó a conciencia. El baño estaba lleno de vapor cuando ella se miraba desnuda en el espejo. Al afeitarse el pubis por primera vez sintió que algo se había roto para siempre y deseó con todas sus fuerzas que mereciera la pena, que ese hombre al que todavía no conocía la hiciera vibrar como nunca y le ahorrara los arrepentimientos.
El nerviosismo llegó de nuevo a las once menos cuarto, cuando estaba a punto de tomar el taxi y Silvia la llamó para asegurarse de que todo estuviera bien. Volvió a mirar con sus ojos de chica modosita lo que estaba a punto de hacer y no le gustó. “Él quiere que sea algo especial y ha reservado una suite en el Alma Sevilla”. Esas palabras bastaron para volver a convencerla. Los únicos nervios que le quedaban eran las dudas sobre si había acertado con el vestido. Iba muy femenina con un tacón y unos zapatos espectaculares, panties, falda a lo Mad Men y un jersey bastante abierto. Por debajo, lencería de alta calidad que le daría seguridad cuando se quedara sola y expuesta ante él.
Cuando salió del taxi pensaba que todos, desde el taxista hasta la última persona que la había visto y la vería todavía, sabían a qué iba, porque su viaje en taxi, con aquella ropa y aquellas horas, desde su piso periférico hasta el lujoso hotel no tenía ninguna otra explicación, y esa vergüenza la impulsaba. Juanjo espió su llegada al hall del hotel porque no quería perderse el espectáculo de esa timidez superada por la valentía y el deseo. En el ascensor se le identificó y pudo ver cómo ella se relajaba inmediatamente. Si él hubiera parado el ascensor, se le habría entregado allí mismo.
La cita colmó las expectativas de ambos. Ella se sintió tratada como una mujer, sin más, sin exigirle ni añadirle nada: ni amor, ni reproches, ni fidelidad, ni más cariño que la amabilidad social. Se sintió comparada y sintió que salía bien parada. Sabía que ella también podía examinar y comparar y tuvo la sensación de que habían elegido bien por ella. Por primera vez no estaba con un compañero del alma, con alguien a quien tenía que querer y con quien compartía tantas cosas, sino con un jugador, un deportista, un gourmet que quería gozarla, correrse con ella, quedarse con sus secretos, y que para conseguirlo iba a desplegar todos sus encantos, que no eran pocos, y la habilidad que había conseguido a lo largo de tantos encuentros como aquel y de tantas mujeres como ella que habían decidido, precisamente con él, romper con su vida anterior. No podía dejar de hacer comparaciones con su pareja. No sólo el tamaño, el aguante o la habilidad (todo eso le daba algo de pudor todavía), sino la atención a su placer. Su compañero de hoy no quería correrse todavía, quería que ella se corriera, y a ella le encantaba aunque era perfectamente consciente de que no lo hacía por generosidad hacia ella, sino por vanidad y porque disfrutaba viendo cómo ella perdía su corrección y su seriedad (su dignidad, sí), y se mostraba suplicante, anhelante, malhablada, gozosa y poco después nuevamente entregada. Al poco rato ya no le importó reconocerse a sí misma que esa polla que había limpiado con su boca y que seguía chupando aunque nadie se lo pidiera la traía loca, que el sexo con su pareja no valía nada y que, aunque le ofreciesen el trabajo el jueves, quería más de lo que acababa de probar y, eso sí, disimularía para poder seguir cobrando por ello.
Él salió satisfecho, con ganas de darle las gracias a Silvia y con la tentación, en la que sin embargo evitó caer, de volver a reservar una cita con María. Le había gustado su cuerpo granado y con formas, que seguramente a los 30 le parecería tendente a la gordura, pero que ahora estaba en su punto. Cómo había disfrutado inclinando hacia él ese pecho puntiagudo para lamerlo bien, y sintiendo la turbación de ella cuando le lamía sus labios inferiores, que seguramente no habían recibido esa atención en mucho tiempo. Al verla tan entregada de antemano (su aparente seriedad era transparente para él, alguien tendría que recomendarle que no saliera a la calle así, que al menos se masturbara), decidió pisar el acelerador para que la cita no fuese tan previsible y le exigió algunas posturas a las que ella con seguridad no estaba acostumbrada y que la escandalizaron un poco, aunque no por ello puso la menor dificultad seria. Como siempre, hizo un buen trabajo y se ganó una nueva admiradora que se marchó del hotel satisfecha.
Acostumbrado al sexo y ya habituado a casi todo, al cabo de unos minutos las imágenes comenzaban a confundirse en su cabeza (después de todo nada era tan especial como parecía), pero se quedaba con los pechos de ella cuando la vio tumbada boca arriba recibiendo la embestida lateral de él, que en esa posición jugaba con sus piernas, levantándolas a voluntad y viendo la cara de placer de ella y el movimiento de sus pezones mientras experimentaba la penetración profunda, y también con el movimiento de ella cuando se tumbó a horcajadas sobre él mirando a sus pies, ofreciéndole el espectáculo de su precioso culito y viendo en el espejo su cara y sus pechos moviéndose.
Sí, le había apetecido volver a reservarla, permitiéndole así prolongar a ella la fantasía (que seguro que había sentido, aunque fuera brevemente) de que tenía una nueva pareja, pero había preferido no ahorrarle la verdad, la certidumbre de que pasaría de unos en otros y de que sólo volvería a tenerle cuando él quisiera gozarla de nuevo. Al acabar la conversación con Silvia ya se había olvidado de María y estaba medio convencido de que necesitaba una sesión de sexo muy fuerte con una de sus viejas amigas de la que Silvia había vuelto a hablarle y que estaba de regreso tras una ausencia temporal.