Baldus I

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Sir_Charles
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Baldus I

Mensajepor Sir_Charles » Jue Dic 10, 2009 01:04

Hace tiempo hice una serie de relatos para una página de relatos eróticos. La página cerró ya, pero otras páginas los han ido 'fagocitando', muchas de ellas incluso quitando partes, lo que en realidad me ha cabreado un poquillo. No ponen ni el autor y encima lo recortan, en fin... El relato consta de tres partes, y la cuarta sin terminar, lamentablemente por falta de tiempo en su día y ahora... me da algo de corte continuarlo, aunque tengo toda la estructura montada. Tal vez si gusta a la gente lo termine.

Supongo que Twilght y otros de la misma formación sabrán el porqué del 'autor'. :wink: la verdad es que no se me ocurría ningún pseudónimo decente... Bueno, sin más intentaré ponerlos aquí a no ser que sean demasiados largos. Puede que no gusten a mucha gente por su excesiva longitud para lo que se acostumbra pero... es lo que hay. Un saludo a todos.

Bueno, el máximo de caracteres es de 60.000 y tiene 69.000 jejeje... lo parto en dos.

BALDUS (Capítulo I)
Autor: Baldus de Ubaldis

La llegada

La cara de la azafata, reflejada en el espejo, estaba completamente desencajada. Jadeó una vez más mientras abría desmesuradamente los ojos. Una fina capa de sudor perlaba su labio superior y su respiración demostraba que estaba a punto de correrse de nuevo. Su falda, por encima de la cintura, mostraba unas redondeadas caderas y unas nalgas respingonas que yo aprisionaba con deleite mientras me ayudaba para impulsarme más dentro de ella. Estaba de espaldas a mí en un servicio del avión y ya había perdido la cuenta de las veces que se había corrido.
- AAAAHHHH, MMMMHHHHH, así, más, más...
No le había quitado el sujetador blanco de encaje, pero sus tirantes caían por sus brazos, y sus pechos se bamboleaban a cada embestida. Siempre me han gustado las mujeres en ropa interior, sobre todo si es excitante, y no me refiero a esos conjuntos más propios de putillas de barrio, sino a los conjuntos caros y 'decentes', pero que hacen que una mujer quede mucho mejor que desnuda.
Pegó un gruñido de decepción cuando me retiré, ya que estaba a punto de correrse otra vez, pero lo cambió por otro de sorpresa y alarma al notar un contacto caliente en su trasero.
- ¿Qué haces? NNNo, por ahí no... no quiero, por favor... AAAHHHH -susurró.
Poco a poco, mientras ella se mordía el labio inferior para ahogar un grito, me fui abriendo camino entre sus nalgas. Ella boqueó sin respiración cuando llegué al fondo y aún más cuando me retiré un poco y volví a metérsela de golpe.
- AAAY, me haces daño. Para, para... -dijo, pero sus caderas se movían más y más, desmintiendo sus palabras.
Seguimos así hasta que, con un berrido ahogado, se apoyó contra el lavabo sacudiéndose convulsivamente. La verdad es que yo tampoco podía aguantar mucho más; demasiada abstinencia hacía que no pudiese aguantar demasiado, y sin más preámbulos me corrí dentro de su culo.
Cuando salí, ella se quedó estática, sin moverse. Mientras yo me limpiaba, fue poco a poco volviendo a la realidad. Su pelo rubio estaba desordenado, sus pechos por encima de las copas de sus sostenes se apoyaban en el lavabo, mientras que su chaqueta, su camisa y el lazo estaban en el suelo, con sus bragas. La falda arrebujada sobre sus caderas, sus medias bajadas y sus nalgas rojas por el rozamiento y mojadas por el sudor y los orgasmos.
Se dio la vuelta, con la mirada todavía errática, y se arrodilló ante mí introduciéndose de golpe mi pene en su boca, chupando como si en ello le fuera la vida. Enseguida logró que me pusiese otra vez en forma. Sentado como estaba en el retrete, se acaballó encima abriendo las piernas y abrazándome con ellas. Evidentemente quería acabar rápido, así que se introdujo ella misma mi pene mientras empezaba a moverse con un ritmo propio de una samba brasileña.
En unos cinco minutos acabamos. Esta vez fue rápido y directo, sin preámbulos ni florituras. Me corrí dentro de ella, mientras se dilataban las aletas de su nariz y repetía sin parar 'Mía, mía, mía...'. La verdad, no entendí mucho, pero tampoco importaba, ¿verdad?
Los dos nos aseamos un poco. Ya eran las cuatro de la madrugada, y pronto saldría el sol -nunca me gustó mucho el sol, cosa lógica por otra parte- pero debía regresar a mi asiento. Todo el pasaje dormía y la azafata cambiaría el turno en cinco minutos. Me dio una tarjeta con su dirección y su móvil para que la llamase en Madrid, y le contesté educadamente que desde luego...
Mi compañera de asiento, una agradable viejecita, dormía plácidamente cuando yo llegué. Para ella yo era un apuesto y educado joven aunque algo pálido para los tiempos que corren, según me había dicho. Además me había sugerido hacer deporte al aire libre para que me diese el sol. Sonreí.
Afortunadamente llovía al llegar a Madrid. Mientras esperaba a pasar por la aduana, repasé mentalmente las circunstancias que me habían hecho regresar allí.
Marcos había sido mi mejor amigo dieciocho años atrás. Estaba profundamente enamorado de Claudia y si no me hubiese pillado en una etapa de mi vida marcadamente heterosexual, probablemente hubiese sentido celos de ella. Era delicado, un artista, y con tan solo veintidós años había revolucionado el mundillo del arte por su gran talento, aunque yo no compartiese sus 'transgresiones del método'.
Claudia contaba solo dieciocho años y era una auténtica belleza. Alta, delgada, no era exuberante, pero tenía esa belleza que hace que los años no solo te perdonen, sino que sean tus aliados. Aunque distante, tenía un aura que hacía que todos los hombres se fijasen en ella, cosa que le valió para lograr un palmito como modelo, para alborozo de Marcos -y preocupación mía pues abortó rápidamente algunos intentos de coquetear conmigo, lo que me hacía pensar que no era todo lo legal que parecía con Marcos-.
Aunque mi aspecto es bastante neutro en cuanto a la edad, -aparentaba unos veintitantos o treinta-, ya llevaba demasiado tiempo para mi seguridad en Madrid y tuve que despedirme de Marcos y de Claudia, aunque prometiéndole que nos seguiríamos escribiendo, ya que no sabía si podría disponer de teléfono allí donde iba. Me había inventado una excusa de hacerme cargo de unas propiedades de mi abuelo en la Tierra del Fuego.
No tardaron mucho en llegarme noticias desoladoras. Claudia cada vez alternaba más con la alta sociedad, mientras Marcos empezaba una cuesta abajo con drogas y alcohol para olvidar sus desplantes. Pero lo peor vino cuando Claudia le dijo sin previo aviso -por teléfono, ni siquiera se presentó- que se iba a casar con Juan Almonte, millonario, hombre de negocios y de buena familia. Incluso tenía un título auténtico aunque de no mucho relumbrón. Marcos no lo resistió y, tras mandarme una carta desesperada, se suicidó arrojándose desde el piso cuarenta y cinco del edificio Torre de Miró de Juan Almonte, donde Claudia daba su fiesta de compromiso ante lo mejor de Madrid. Claudia se rió allí de su vano intento de recuperarla, despreciándole en público, y fue demasiado para el pobre Marcos. Ahora iba a pagar por aquello.
¿Hay algo que no encaja, verdad? Si hace dieciocho años ya aparentaba veintitantos, y para la viejecita también era un apuesto joven... Bueno, es que no lo he dicho antes, pero... soy un vampiro.
En primer lugar olvidaos de todas esas historias raras de vampiros. Aunque a veces es una lata serlo, no puedo hacer 'casi nada' de lo que dicen esas leyendas. No puedo contradecir para nada las leyes de la naturaleza. Mido uno ochenta y cuatro, y peso setenta y cinco kilos, algo delgado pero es normal en mi especie. Y evidentemente no puedo volar ni convertirme en lobo, murciélago ni nada parecido. En cuanto a la edad, es simple. Nuestros genes no tienen ese recordatorio que tienen los de los humanos para empezar a degradar sus células, por eso también somos inmunes a casi todo en materia de enfermedades, y a cualquier clase de herida (cualquiera) que deje intacta nuestra médula espinal y su conexión al cerebro (así que olvidaos de la estaca...).
En estos dieciocho años estuve ejerciendo de 'juez' entre los de mi raza en París. Es una especie de servicio obligatorio para todos nosotros en una etapa de nuestra vida, para lo cual prácticamente no pude tener contacto con humanos, solo entre los de mi sangre. Dirimía las disputas familiares, controlaba que no se desmandasen los más jóvenes sobre todo al tomar sangre de los humanos, -desde el siglo pasado está rigurosamente prohibido matar humanos, pues conduce a persecuciones contra nosotros - y estudiaba nuestras costumbres ancestrales.
Ya era mi turno en la aduana, el agente examinó rutinariamente mi pasaporte: Paul Chatreau-Sauternes ciudadano francés, edad: 27, profesión: médico.
- ¿Motivo de su visita?
- Trabajo -indiqué.
Pasó lentamente las hojas comprobando que venía de Nueva York, aunque con suspicacia por mis gafas de sol en un día de lluvia tremendo para el agosto madrileño. Mi jersey de cuello subido y mis guantes de piel no contribuían a tranquilizarlo.
- ¿Algo que declarar?
- No, nada.
- ¿Puede abrir las maletas por favor?
- Naturalmente -dije con un suspiro.
Abrí mis maletas donde además de la escasa ropa, ya que conservaba mi casa y mi piso en Madrid junto con mi guardarropa, transportaba 7 bolsas de plástico con etiqueta de sangre artificial liofilizada destinada a la investigación.
Ante su alarma, y la certeza de ser ciertas sus sospechas no me quedó más remedio que influenciarlo fuertemente. Evidentemente me tomaba por un camello de tres al cuarto.
<solo son productos de laboratorio, para investigación, nada importante>
- Sí, nada importante –balbuceó dubitativo- Puede pasar... ¿Siguiente? -dijo con más energía.
Esto sí puedo hacerlo. Puedo sugestionar a los humanos hasta el punto de obligarles a hacer lo que yo quiero, pero sólo si estoy cerca. Si no, sólo puedo poner esa idea en su mente, y si no se oponen entonces me salgo con la mía, pero si tienen en mente hacer otra cosa apenas puedo obligarles estando a unas ocho o diez metros como máximo. También puedo hacerles olvidar algunas cosillas, en fin, casi trucos de circo.
Un taxi me llevó hasta mi antigua casa, un caserón en las afueras de Madrid que unos ancianos habían cuidado desde mi marcha. Me instalé con mis recuerdos, me alimenté y me preparé para mis próximos movimientos.

Claudia
La casa de Claudia era enorme. La llamaban la casa de las magnolias, ya que en su extenso jardín había varios de estos magnolios bastante antiguos. Era de la época del Madrid de los Austrias, y era la casa familiar de Juan Almonte, su marido.
Alquilé un apartamento enfrente y anoté cuidadosamente las entradas y salidas de la gente en la casa. El servicio descansaba los jueves. Juan prácticamente no comía nunca en casa, y frecuentemente estaba de viajes de negocios. Había una cocinera, un chófer-mayordomo y dos jardineros que también hacían las veces de operarios de la finca. También había una criada.
Tenían una hija, Sofía, de dieciséis o diecisiete años -no habían esperado mucho, la verdad, desde que abandonó a Marcos- que estudiaba COU en las Ursulinas, aunque estaba de vacaciones.
Claudia había cambiado, aunque para mejor. Tenía el pelo más claro y sus treinta y seis años la habían convertido en una de las reinas de la Jet. Todos los días iba al gimnasio por la mañana, de compras al salir, y regresaba a casa sobre las dos y media. Seguía delgada, pero años de modelado en el gimnasio la hacían tener una carne firme como una roca. Decidí abordarla al salir del gimnasio.
Al día siguiente, entré en el exclusivo gimnasio para preguntar cómo hacerme socio a la vez que ella salía. Su hija iba con ella. De repente, Claudia casi choca conmigo al doblar uno de los pasillos de la entrada. Respingó evidentemente recordando otros tiempos, pero rápidamente la confundí al exclamar con mi mejor acento parisino:
- Oh, excusez moi, mademoiselles, lo siento -dije alargando esas 'o's finales con la boquita de piñón que ponen los parisinos de la Citè.
Su razón se impuso. Evidentemente no podía ser yo. Debería ser mucho mayor, pero el parecido la turbaba. Quien no parecía nada turbada era Sofía. Enfundada en unas mallas grises y un body rosa de gimnasia no me quitaba ojo. Realmente era digna hija de su madre. El pelo rubio oscuro, liso, recogido en una cola de caballo, la cara excitada por el ejercicio y la proximidad de alguien desconocido y apetecible, sus senos todavía no eran gran cosa, pero se adivinaban firmes como rocas dentro de su brevedad, y su culo hacía adivinar un 'bocata di cardinale' como diría algún amigo mío. Parecía anonadada, generalmente causamos un efecto perturbador en los humanos, puede que a favor y puede que en contra, pero desde luego nunca indiferente. En esta ocasión era claramente a favor...
Se perdieron por la puerta de los vestuarios de mujeres, y yo, mientras, cumplimentaba los trámites para hacerme socio de un club que no pensaba visitar jamás, especialmente el solarium...
La verdad es que el sol es un coñazo. Entendedme, no es que no me guste, pero tenemos una facilidad increíble para quemarnos a nada que nos toque, así que usamos una crema protectora de tres cifras, lentillas y gafas de sol, amén de procurar cubrirnos lo más posible, incluso en días nublados. La noche es diferente, claro. Nuestra visión es magnífica, distinguimos unos colores del espectro que los humanos no pueden ni imaginar. En fin, no esperéis encontrarme tomando el sol. Además nuestros poderes están mucho más acentuados por la noche.
Sabía dónde iban a ir después, a la tienda de lencería más cara de Madrid, así que me dirigí hacia allí. Esperé a que entrase una clienta, y me colé detrás, lanzando una esfera de influencia alrededor mío, acercándome a los probadores. Para todo el mundo, la esquina donde yo estaba <no era importante>, así que no se podían percatar de mi presencia.
No tardaron en llegar Claudia y su hija. No miraron hacia mí por supuesto y se pusieron a curiosear entre encajes y trajes de baño. Claudia eligió tres conjuntos de ropa interior de encaje, dos blancos y uno negro con liguero, y un traje de baño azul claro. Sofía dos bikinis y ropa interior más juvenil, pero igual de elegante, un conjunto gris de algodón y otro amarillo.
Pasaron al probador juntas, lo que aproveché para subirme en unas cajas apiladas al lado y mirar por arriba. Allí apostado era un blanco claro, <pero ellas no tenían ganas de mirar donde yo estaba>.
Las tetas de Claudia eran soberbias, en su punto justo. Los rosados pezones levemente respingones, sin marcas del bikini, y conociendo la frialdad de Claudia, era seguro que el moreno era de lámpara, pues no osaría jamás ponerse al sol donde alguien la pudiese ver.
Sin embargo, Sofía sí tenia marcas del bikini -aunque no tapaban gran cosa- pero era claro que jamás había tocado el sol aquellas partes de las piel de la chica. Sus tetitas eran firmes, una especie de 'tetas de novicia', elevadas, sorprendentes. Parecían más pequeñas con ropa. En realidad no estaban nada mal. Mi mente trabajaba rápidamente en ver cómo podría hacer más daño a Claudia, y la chica me estaba haciendo variar de planes.
- Mamá, ¿conocías a aquel chico del gimnasio? -preguntó Sofía.
- No hija, simplemente me recordó a alguien que conocí hace mucho tiempo. Tú ni siquiera habías nacido, pero era de aquí. Además la persona que yo conocí debe tener ahora edad suficiente para ser el padre de ese chico.
- Mmmmhhh.
Sofía se cambió rápidamente y se fue con sus amigas mientras su madre continuaba probándose ropa. Yo bajé y me metí dentro del probador mientras Claudia seguía ensimismada, pensando probablemente en nuestro encuentro. Mis ojos recorrieron su cuerpo mientras le <indicaba> que se sentase en el sillón del probador y se quitase de nuevo el pantalón y la camiseta. <Mi imagen se coló en su mente>.
Sus manos recorrían su cuerpo sin que ella se diese cuenta. Siempre había sido fría y con muy poco o nulo ardor sexual, de eso se quejaba Marcos, y había antepuesto el dinero y la posición al sexo y el amor. Nunca había tenido aventuras, no iba a tirar por la borda un matrimonio millonario por líos con guaperas, pero ahora se estaba acariciando, incluso por debajo del sujetador y de las braguitas. Lentamente, me introduje en su mente, insinuando que metiese su dedo en su vagina y se acariciase suavemente el clítoris.
Su dedo empezó a entrar y salir con rápida cadencia mientras sus caderas subían y bajaban a cada movimiento de la mano. Mientras, su otra mano sacaba sus tetas del sujetador acariciando y poniendo duro su pezón, que se elevó al momento.
Al cabo de unos minutos le dejé libre la mente y, con un susto, se miró en el espejo, despatarrada sobre el sillón, con las bragas en las rodillas y las tetas por fuera del sujetador mientras su mano introducía frenéticamente los dedos en su coño. Evidentemente, se recompuso al momento y recobró rápidamente su compostura, aunque claramente alterada. Su respiración entrecortada era más producto de la vergüenza que de la excitación sexual, pero eso lo iba a cambiar yo enseguida.

La amiga de Claudia
Anette era francesa, amiga de Claudia. Sus maridos tenían negocios juntos y frecuentemente salían a cenar. Así que Claudia se dirigió hacia allí, mientras yo la seguía de cerca.
Al entrar en el ascensor me acerqué a ella por detrás. Mientras abría la puerta, la cogí por el cuello con una mano mientras le tapaba la boca, sin que se pudiese girar para verme. Marqué el piso de la azotea mientras con la otra mano la magreaba por todo el cuerpo y le iba quitando la ropa hasta que quedó en ropa interior. Claudia intentaba pegarme patadas pero al tenerla inclinada hacia atrás y no permitir que se girase, era difícil que me acertase.
Rasgué sus bragas para conseguir aumentar aún más el efecto de terror que quería implantar en ella, y de dos patadas abrí sus piernas inclinándola de repente hacia adelante. Claudia, aterrorizada no podía reaccionar, veía que iba a ser víctima de una salvaje violación. Mi pene se acercó a su trasero, lo que la dejó estupefacta e inmóvil hasta que comprendió lo que iba a venir a continuación y empezó a retorcerse más aún en el colmo de la desesperación.
Cuando el ascensor llegó a la azotea, empujé la puerta con el cuerpo de Claudia. De dos patadas tiré fuera sus ropas y la empujé a ella también fuera, no sin antes tirarle del sujetador para quedarme con él en la mano. Claudia aterrizó en el suelo justo cuando se cerraba la puerta y yo pulsaba la planta baja. No supo quién era. No había sido violada, pero sí humillada profundamente y además despreciada, cosa que no entendía, ya que en la azotea podía haber sido violada sin poder hacer nada por impedirlo..
Claudia se vistió, confundida, metió las bragas rotas en el bolso y, sin bragas ni sujetador, se dirigió a casa de Anette. Rápidamente pensó cómo debía actuar. Decidió no comentar nada a nadie. No iba a dejar que este episodio le trajese problemas en su matrimonio, a fin de cuentas solo había perdido un caro conjunto de lencería.

Claudia va al cine
Necesité dedicarme a mí una semana para lograr poner todos mis asuntos en orden, y también para dejarlos listos para otra ausencia. A fin de cuentas todavía no sabía cómo acabar de enfocar el asunto de Claudia. Además, necesitaba alimentarme sin llamar mucho la atención y a ser posible sin reducir mis reservas de sangre.
Al cabo de esta semana volví a observar a Claudia que aparentemente seguía con su vida normal, aunque usaba mucho más a menudo gafas de sol y daba largos paseos sola. Sin duda algo se movía en su interior. Tal vez empezase a tener algún sentimiento que no fuese un frío análisis de posibilidades para el éxito.
En uno de esos paseos, en que pasó suficientemente cerca de mí sin poder observarme, le <insinué> que tenía ganas de ir al cine, e inmediatamente dirigió sus pasos a la sesión de la tarde de Titanic (desafortunadamente no le había indicado qué película ver. Qué le vamos a hacer, no soy perfecto). Entré algo retrasado, apenas había público a esa hora y Claudia había elegido una de las butacas traseras (en eso sí fui previsor). Me senté a su lado notando su sentimiento de desagrado ante un intruso que invadía su espacio personal habiendo tanto sitio en el cine. No me podía ver, pues la película ya había empezado, y además también <empujé> para que no girase en ningún momento la cabeza.
Claudia llevaba un vestido de verano fresco, evidentemente de Armani, sin apenas mangas, y algo recatado, por debajo de las rodillas, muy ligero, con botones por delante.
De repente puse una mano sobre su rodilla, por encima del vestido. Noté el sobresalto de Claudia y el grito mental que dio ante mi <persuasión> para que ni gritase ni se moviese. Dejé mi mano descansar sobre su pierna durante un tiempo, justo el necesario para sentir cómo, a pesar del aire acondicionado, empezaba a sentir el calor que emanaba de ella.
Entonces empecé a mover lentamente la mano hacia arriba, manteniendo la presión, lo que hacía que a la vez que mi mano, también subiese su vestido. Luego hacia abajo, y otra vez hacia arriba. Al cabo de un rato, su vestido dejaba entrever sus bragas blancas de encaje. La cara de Claudia estaba roja como un tomate, y aún más cuando mi mano empezó a separar sus piernas para realizar caricias aún más atrevidas. Las aletas de su nariz se dilataron, mientras sus labios temblaban ligeramente. De repente, dejé las piernas y empecé a acariciar sus senos igualmente por encima del vestido. Notaba el relieve del encaje y cómo sus pezones se ponían duros y erguidos.
Desabroché lentamente dos botones, justo para llegar a la parte baja del sujetador que abrochaba por delante. Le <indiqué> que lo desabrochase, lo que realizó con un gemido apenas audible. Luego, cogí su mano y la puse sobre mi pantalón, <indicándole> lo que debería hacer.
Claudia desabrochó igualmente mi pantalón y bajó la cremallera, metiendo la mano por entre mis boxer, desabrochando el botón y liberando mi pene que empezaba a estar bastante duro. Noté con sorpresa que Claudia no sabía cómo seguir en realidad, pues nunca se la había mamado a nadie. Siempre se había negado tanto a Marcos como a su marido, consideraba que iba contra la moral y las buenas costumbres.
La cogí por la nuca haciéndole bajar la cabeza hacia mi entrepierna, notando su resistencia y envaramiento, que vencí presionándole más con la mano. Una vez allí le <mandé>, pues una insinuación ya no era bastante, que abriese la boca, e introdujese el pene en ella, cosa que hizo inmediatamente. Su lengua recorrió todo mi pene de arriba a abajo. Mientras su mano acariciaba mis testículos, su boca succionaba sin experiencia, pero poco a poco le fui mandando imágenes de cómo debía actuar.
Se empezó a recrear con el glande, poniendo pucheritos con la boca, dejándolo descansar sobre su lengua, y apretando el resto del pene con la mano, meneándolo arriba y abajo, untando con saliva toda la longitud del mismo; no tuve que seguir enviando órdenes, pues ya tenía toda la información necesaria y quería que sintiese lo que estaba haciendo.
Mi mano se entretenía acariciando sus pechos, firmes y duros por el gimnasio a pesar de haber tenido una hija, mientras con la otra mano empezaba a bajarle lentamente las bragas desde las caderas y el culo hasta dejárselas a medio muslo.
En todo momento evitaba mirarme, lo que hacía que sintiese que se lo estaba haciendo a un perfecto desconocido. Su mente era un torbellino de sentimientos contradictorios, por una parte su voluntad la mandaba dejarlo inmediatamente, y por otra, notaba que no podía marcharse por mucho que lo intentase.
Mi mano empezó a acariciarle el vientre por debajo del vestido, notando sus estremecimientos, mientras bajaba lentamente hacia sus partes más íntimas; de hecho dio un salto cuando acaricié suavemente su clítoris. Era increíble, todavía no se había empezado a mojar (debo decir que sentí algo de frustración, pues soy bastante vanidoso), así que masajeé lentamente el clítoris y sus labios exteriores hasta que noté tras bastante tiempo que se empezaba a lubricar. Entonces la retiré de mi pene haciendo que se levantase y subiese el vestido hasta la cintura.
Claudia levantada, con el vestido arrebujado en la cintura y con las bragas en las rodillas era un espectáculo que me puso a cien. La senté de espaldas a mí con las piernas abiertas, sobre mi pene que, despacio, con mucha lentitud, mientras Claudia contenía la respiración. fue entrando lentamente. Cuando quedó completamente ensartada, exhaló el aire de golpe, y siguió con pequeños gemidos casi inaudibles aún en el silencio de la sala.
- Mmmhhh, mmmhhh, ahhhh, aaaayyy.
Mis manos cogieron sus caderas moviéndola hacia delante y atrás, primero muy despacio y después rápidamente, hasta que ella sola siguió con el ritmo. Mis manos subieron por debajo de su vestido hasta sus pechos, libres del sujetador, acariciándolos y notando la dureza extrema de sus pezones.
Su culo se movía cada vez más rápido, lo que me indicaba que estaba a punto de correrse, así que me corrí yo antes, notando cómo inundaba su vagina con el calor del semen. Antes de que ella se pudiese correr, la levanté en peso ante su desconcierto, trasladándola a la otra butaca. Me arreglé rápidamente y me levanté, observando a Claudia que seguía con los ojos (enormemente abiertos eso sí) fijos en la pantalla, aunque sin ver la película en realidad.
Tenía el vestido en la cintura, sujeto solo por un botón, las piernas todo lo abiertas que le permitían las bragas ya casi en los tobillos, los hombros al descubierto, con los tirantes del sostén a medio brazo, los pechos totalmente a la vista, perfectos, coronados por unos preciosos pezones oscuros. La cara brillaba por el sudor a pesar del aire acondicionado, tenía un color que sobrepasaba el rojo. Sus piernas y sus caderas se movían con espasmos, era evidente que a pesar de no haber llegado al orgasmo algo se removía dentro de ella. Estaba increíble. La verdad es que no me extraña que Marcos perdiese la cabeza por una belleza semejante.
Salí del cine dejando allí a Claudia y pensando en mi próximo movimiento.

La Nada Santa Trinidad
Tres días después, una breve reseña en el periódico daba cuenta de una cena del foro Velázquez en el parador Nacional XXX.
Dicho foro era en realidad un grupo de tres hombres de negocios, Sergio Banciella de León, Juan Almonte Solares y Manuel Valdehermoso y Ruiz de Escalante, que se reunían para repartirse colusoriamente gran parte de los negocios del país. Se denominaban a sí mismos "La Nada Santa Trinidad", en alusión a tres célebres espías de la Universidad de Cambridge en los años sesenta, y en una velada alusión a la trilateral.
En esa cena, se iban a reunir los tres miembros más sus respectivos hombres de confianza, junto con sus mujeres, un total de doce personas. Habían reservado todo un Parador Nacional en las cercanías de Madrid, en Segovia, para el fin de semana, cuatro camareros y dos doncellas solo para ellos, nadie más para que no fuesen molestados, varias líneas de datos y conexión permanente con sus oficinas en Madrid.
Empecé a pensar cómo podría aprovechar la ocasión para mis planes. Enseguida lo tuve claro. A esta fiesta no podía faltar yo.
Llegué a Segovia cuatro horas antes que ellos. Me acerqué al director <convenciéndole> de que me había contratado expresamente para la ocasión, pero sin asignarme tarea concreta, solo como refuerzo por si era necesario, con lo que podría campar a mis anchas por el Parador sin preocuparme de tapar mi presencia, concentrándome solo en Claudia y sus acompañantes. El Director me presentó a los demás trabajadores, Carlos, Enrique, Borja y Manuel eran los cuatro camareros, Azucena y Sonia las dos doncellas para atender a las señoras mientras sus maridos se repartían el país. Carlos y Borja tenían ya unos cincuenta años, mientras que Manuel y Enrique eran aún jóvenes, salidos de la escuela de turismo, lo mismo que Azucena y Sonia, que la verdad tenían un precioso cuerpo. Más parecían azafatas que doncellas.
Comprobé que al lado del salón donde se celebraría la cena había un cuarto pequeño de servicio que no iba a estar en uso, además no tenía ventanas y sí una puerta al salón, así que instalé allí mi cuartel general.
Cuando llegaron al Parador, los comensales subieron a instalarse en las habitaciones, unas tres horas antes de cenar. Sergio Banciella y su mujer tenían aproximadamente la misma edad, unos cuarenta y cinco años. En realidad la millonaria era Sara, la mujer. Sergio se había hecho cargo de sus negocios, ya que ella prefería la buena vida, y lo cierto es que lo había hecho con extremado celo, pues había multiplicado por mucho el patrimonio de su mujer. En cuanto a Sara, conservaba gran parte de la belleza, algo angulosa eso sí, de su juventud. Era delgada, y algo bajita. Vestía un vestido negro de fiesta por la rodilla, con abundantes joyas, sobre todo perlas, de las que era una fanática.
Manuel Valdehermoso tenía unos sesenta años, era el mayor del grupo, mientras que su mujer Maite parecía un calco de Claudia, joven, de unos treinta y tantos, y sumamente atractiva. Morena, con mechas rojizas en el pelo, llevaba una camisa blanca y una minifalda beige, con un echarpe granate por encima.
Claudia había elegido un vestido azul oscuro, con los hombros al descubierto, algo corto, pero tremendamente insinuante, sobre todo cuando jugaba con el chal rosa pálido que traía.
Los respectivos ayudantes también parecían fotocopias, pero esta vez entre sí junto con sus mujeres. Eran altos, jóvenes, engominados, salidos de las primeras promociones de las escuelas privadas de Económicas y con siete u ocho másters en su currículum. Sus mujeres, rubias sociales, atractivas, y con cara de niñas pijas, llevaban vestidos de fiesta algo llamativos -cosas de la edad supongo- y demasiado ceñidos para mi gusto.
A las ocho de la tarde fueron entrando en el imponente salón, ocuparon sus sitios y empezó la principesca cena, tras la cual los hombres conversarían para intimar y comentar lo ocurrido desde la última reunión.
A los postres decidí intervenir. <Ordené> a la servidumbre que se quedase fuera hasta que los llamasen y no molestasen bajo ningún concepto. En cuanto a los comensales, poco a poco les fui liberando de inhibiciones haciendo que sus conversaciones fuesen subiendo de tono.
Comencé por Maite. Con un leve aspecto de mareada, decidió acercarse más a su marido y darle un beso de tornillo en la boca de tres minutos ante el aplauso de los asistentes. Sara, sin mirar siquiera a su marido cogió a uno de los niñatos y empezó a meterle mano en plan descarado. Evidentemente, nadie salvo Claudia se daba cuenta de lo que estaba pasando. Claudia no daba crédito a lo que veía, achacándolo sin duda a un exceso de alcohol.
Las niñas pijas no podían permitir que las carrozas les quitasen el protagonismo, así que la primera de ellas se subió sobre la mesa contoneándose y quitándose lentamente el vestido de noche hasta quedar con un sugestivo conjunto de ropa interior negro, actitud en la que fue rápidamente imitada por sus compañeras entre risas. Claudia estaba de piedra, sin entender sobre todo que a nadie le pareciese extraño.
Manuel se bajó rápidamente los pantalones, sacando un pene pequeño, pero extremadamente grueso para su edad, mientras que Maite y su marido se quitaban la ropa entre ellos. El niñato que magreaba Sara estaba en el séptimo cielo y Juan Almonte aplaudía a las niñatas mientras se desnudaba febrilmente. Claudia se levantó con cara de horror y retrocedió hasta donde yo estaba, sentándose en un silla y sin atreverse casi ni a mirar.
En unos minutos estaban todos desnudos o casi. Todas las mujeres estaban chupando ávidamente el pene del hombre que tenían más cerca, sin reparar en quién fuese, excepto Claudia que seguía junto a mí y Sara, que atendía a Juan y a uno de los niñatos alternativamente.
Aquello se empezaba a caldear, así que decidí <influir> un poco más en ellos.
Los tres socios se sentaron en unas sillas uno al lado del otro, completamente desnudos, mientras las tres jóvenes se sentaban sobre ellos, introduciendo a la vez sus penes dentro de ellas. Un coro de suspiros se elevó a la vez.
Empezaron a moverse rápidamente adelante y atrás, como si compitiesen entre ellas acerca de cuál era la mejor. En poco tiempo el sudor empezó a perlar sus espaldas desnudas. En ese momento, los tres niñatos se acercaron a sus mujeres que estaban siendo folladas por sus jefes, separó cada uno las nalgas de la mujer de su amigo y, empalmados como estaban hasta el límite, pusieron sus aparatos a la entrada de su culo.
Por lo visto, ya habían probado la situación, al menos con sus maridos, pues ninguna de las chicas puso cara de sorpresa, aunque en cuanto ellos empujaron, abriéndose paso por entre sus nalgas, gimieron más y más. Era evidente que ser folladas a la vez por dos hombres no lo habían experimentado aún. Mientras, Sara y Maite se besaban furiosamente, acariciándose por todo en cuerpo.
Las tres jóvenes ya no se movían, el ritmo de los hombres que las estaban follando las sobrepasaba, pero estaban sintiéndose llevar a límites insospechados.
No tardaron los socios en correrse, siendo inmediatamente imitados por sus ayudantes entre jadeos y gemidos de todos. Lentamente, se fueron saliendo de sus respectivas parejas, mientras la respiración se les iba serenando, momento en que todos se empezaron a fijar en Sara y Maite que se estaban masturbando mutuamente, y en Claudia, que miraba con ojos ya no sé decir si aterrorizados o esperanzados.
<Ordené> al servicio que entrase, los cuatro camareros fueron hasta la mesa y las dos doncellas a mi lado y al de Claudia.
Claudia lucía como alhajas un collar sencillo de perlas a juego con unos pendientes y la alianza matrimonial. Entre las dos doncellas y yo, le quitamos el vestido dejándola en ropa interior. Llevaba el conjunto que le había visto probar, negro de encaje aunque sin el liguero. Claudia no podía resistirse, pero era consciente de que todo el mundo incluido su marido la estaba mirando, con lo que cruzó pudorosamente sus brazos tapando lo más posible sus senos y el encaje de sus braguitas.
Los camareros retiraron todo lo que estaba encima de la mesa y pusimos a Claudia encima, de pie. Hicieron que se desnudase del todo bailando lentamente, lo que hizo poniéndose roja como un tomate y con una lágrima rebelde pugnando por salir de sus ojos por la vergüenza. Acto seguido le <mandé> que se recostase sobre la mesa para que no se perdiese detalle de lo que iba a pasar a continuación. Solo le quedaban puestas las joyas y los zapatos de tacón.
Maite y Sara no habían estado suficientemente atendidas mientras todos los hombres se dedicaban a las jovencitas, así que los camareros repitieron la escena anterior. Se sentaron en aquellas sillas que parecían butacas mientras ellas se ponían encima a horcajadas metiéndose el pene de un solo golpe. Parecía que lo llevaban deseando mucho tiempo.
Los otros dos camareros se acercaron por detrás y, sin hacer caso a las débiles protestas de Sara que no parecía muy convencida, las agarraron por las caderas mientras empujaban con fuerza para entrar en unos culos que debían ser vírgenes aún, pues Maite tampoco lo había probado.
Era un agujero estrecho, por lo que los esfuerzos de los camareros se redoblaron entre los quejidos de ambas mujeres por el dolor de la desfloración anal. No obstante, con un último empujón lograron entrar del todo ante el chillido de Sara y la cara desencajada de Maite.
Una vez dentro, los gritos fueron dejando paso lentamente a los gemidos, que se fueron acallando también cuando <mandé> a dos de los niñatos que pusiesen sus penes en las bocas de las dos mujeres, que empezaron a mamárselas con bastante más experiencia de la que esperaba.
Solo se oía el 'MMMHHH' ahogado de Sara y Maite. Los cuatro hombres restantes estaban otra vez a punto ante el espectáculo, así que los puse dos al lado de cada mujer, que con sus manos cogieron sus penes masturbándolos con violencia, pues ya estaban fuera de sí. Follar con cinco hombres a la vez para cada una era algo que sobrepasaba sus sueños más delirantes, movían las caderas a un ritmo frenético mientras succionaban de manera experta a sus compañeros y seguían meneándosela a los demás..
Claudia tenía los ojos muy abiertos, mientras se acariciaba con sus manos por todo el cuerpo, operación en la que era ayudada por las dos doncellas a las que yo iba desnudando lentamente.
De repente, estalló un gemido de todo el grupo cuando la mayor parte de sus miembros tuvieron un orgasmo salvaje y simultáneo. Sara y Maite empezaron a chillar y castañetear los dientes cuando en pleno orgasmo se sintieron inundadas por todos sus agujeros y salpicadas con esperma de todo el mundo. Jamás en su vida habían sentido nada igual.
Los cuerpos de las doncellas no eran mi objetivo, así que no les quité su ropa interior. Ya he dicho que me excita bastante y la verdad es que estaban muy bien. Puse a Claudia boca abajo en la mesa y tiré de sus piernas hacia mí, pero sin separarla del todo de la mesa, con lo que quedó de cintura para arriba encima del mantel y el resto apoyado en el suelo formando un ángulo de 90 grados.
Las doncellas le separaron las piernas, y con un rápido empuje se la metí hasta el fondo.
-AAAAY -exclamó Claudia al sentirse penetrada de golpe.
Empecé a moverme cada vez más rápido, con lo cual Claudia empezó también a humedecerse.
- AHHHHHH, no, no... -decía Claudia a cada vaivén, pero eso sí, sin dejar de moverse.
Dos de las jóvenes tenían sujeta a Claudia por los brazos, lo que unido a que las doncellas la sujetaban por las piernas no le permitían casi cambiar de posición, solo acompañar mis envites cada vez con más ganas.
- Basta, basta por favor... No, no.
Inmediatamente, su marido se subió a la mesa. Sentándose delante de Claudia y abriendo las piernas, le puso el pene prácticamente dentro de su boca.
- Traga golfa -decía su marido- A ver si te gusta así, trágatela toda -su marido parecía que le tenía ganas a Claudia.
Claudia parece que ya sabía lo que tenía que hacer, y a fe mía que el breve tiempo pasado desde que aprendió le había servido para mejorar bastante, con lo que se lo metió casi hasta la garganta.
A pesar de ello, se las arreglaba para jadear continuamente, hasta que con un alarido tremendo empezó a tener espasmos por todo el cuerpo y a moverse de tal manera que era difícil sujetarla. Fue el mayor orgasmo de su vida (en realidad uno de los pocos), complementado por una corrida sensacional de su marido en su boca, de la que no dejó escapar ni una gota. Claudia estaba fuera de sí, momento que aproveché para, saliéndome despacio, tocar con la punta del pene el agujero de su culo. Claudia reaccionó moviéndose con fuerza para soltarse.
- Noooo, cabrón, eso no, por ahí noooo -decía tosiendo con parte del semen todavía en la boca.
Pero era inútil, lentamente fui abriendo su culo en pequeños envites. Su culo era estrecho, virgen desde luego, pero a la vez tremendo, redondo y sedoso como no había conocido otro.
- AAHHHHH, me haces daño, AAAYYYY... Para, basta... basta por favor -berreaba Claudia entre lloros e hipidos.
En un instante y con un último esfuerzo le abrí por completo el culo tocando con mis testículos su coño totalmente empapado, lo que parece que la hizo callar momentáneamente y pensar que en realidad estaba disfrutando. Me corrí de golpe, dentro de su culo, mientras sus gritos eran cada vez mayores pero ya no eran de rechazo sino de ansia.
Los camareros y las doncellas lo pusieron todo en orden en un momento. Todo el mundo, incluida Claudia, se vistió y se aseó, y les hice olvidar lo pasado a todos excepto a Claudia, claro está. A ella le hice perder momentáneamente el paso del tiempo, de tal manera que cuando volvió en sí de su ensimismamiento todo parecía normal, la cena proseguía en los postres, todo el mundo mantenía la compostura de antes de la orgía y Claudia se empezó a preguntar si no habría sido un sueño o una obsesión. Evidentemente sus amigos no podían haber realizado aquellos actos tan obscenos que creía haber visto y realizado. No obstante, si era una fantasía, ¿por qué sentía aquel hormigueo en el culo?

continuará...

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Sir_Charles
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Re: Baldus I

Mensajepor Sir_Charles » Jue Dic 10, 2009 01:06

Juventud, divino tesoro
Todo este trajín estaba modificando la actitud de Claudia ante el sexo, y además estaba empezando a afectar a su salud, no mucho, pero se la notaba algo más pálida. La explicación es que aunque no tomemos sangre de los humanos, lo que hacemos al influenciarlos demasiadas veces es tomar parte de su vitalidad, eso que algunos científicos llaman 'ectoplasma'. Tenía que acabar rápido con aquello y largarme de Madrid.
Su hija Sofía tenía un 'noviete', por decir algo, ya que seguía al parecer los pasos de la madre y no hacía otra cosa que pasear e ir al cine, -pero no como cuando fuimos su madre y yo-.
La seguí hasta una cafetería del centro, donde se reunió con Borja, su novio. Evidentemente era de su mismo estatus social. Cuando <toqué> su mente, me sorprendí al ver lo diferente que era de su madre, casi no podía creerlo. Sofía era bellísima por fuera, sí, pero por dentro no había conocido a nadie igual.
En realidad salía por imposición paterna con aquel pijo y no sabía cómo librarse de él. Oí decirle a Sofía que por la noche podían ir a un pinar que hay al salir por la carretera de La Coruña (donde solía llevar a sus ligues, lugar muy frecuentado por las parejas). Sofía no quería ir, pero pensó que tal vez fuese un buen momento para aclararle las cosas a Borja. Evidentemente, no sabía muy bien cómo eran los asuntos con aquellos niños pijos.
Salí de allí algo turbado por los pensamientos y la candidez de Sofía, pero con la alegría de que sabía cuáles serían mis próximos pasos.
Cuando Claudia salió de casa, pasé por su lado y le ordené llevar su coche a las 11 de la noche al pinar en cuestión, rápidamente me alejé para que no advirtiese mi presencia.
Descansé de este sol abrasador en mi casa. Suelo llevar sombrero, pero el sol de mediodía es demasiado para mí, tenía la piel roja y necesitaba alimentarme o empezaría a pasarlo mal.
Llegué sobre las 10 y media al pinar. Todavía había luz, así que pude observar una gran extensión de terreno. Borja y Sofía no habían llegado todavía y Claudia tampoco. Observé un furgón Iveco, de los que se usan para repartir, grande y con cristales en la puerta trasera. Me vendría bien para mis planes.
Me dirigí hacia allí, y al llegar <ordené> a sus ocupantes, un chico de pelo rizado y su novia, una pelirroja algo gordita y pecosa, que abriesen la puerta. Me colé dentro y me dispuse a esperar mientras meditaba sobre cómo enfocar lo que vendría a continuación.
Rompiendo mis principios, hice un pequeño corte con una navaja de afeitar que siempre llevo conmigo -nuestros caninos son como los de todo el mundo- en el brazo de la chica. Al momento empezó a manar un hilillo de sangre, similar a cuando te cortas con un folio de papel, escandaloso, pero que no dejaría marca. Pasé mi lengua por su brazo mientras la chica temblaba de excitación (es algo que siempre me sorprende, en teoría no deberían notar nada, es algo que todavía no hemos explicado). La chica -Eva se llamaba- se puso a cuatro patas mientras su chico la poseía por detrás. Le dejé hacer, aunque sin que llegase a correrse, le necesitaba para más adelante. Eva sí se corría, su chico bombeando en su entrepierna y yo lamiéndole el brazo la estábamos haciendo tener el orgasmo de su vida.
Nuestra saliva es bastante cicatrizante -evolución de la especie, digo yo-, así que, en cuanto paré de lamerle, la sangre enseguida dejó de manar. Por otra parte ya eran las 11 de la noche y algunas parejas estaban llegando.
Noté cuando llegó Sofía. Cuando un humano nos interesa de manera especial podemos notar su presencia desde muy lejos, así como sus sentimientos y emociones (y hacerle llegar las nuestras). Eva estaba con mi pene en su boca mientras su chico se esforzaba en entrar en su culo, cosa a la que hasta ahora ella siempre se había negado. Además, como era algo gordita, estaba encontrando bastantes dificultades.
Claudia hizo su aparición en un elegante Peugeot 406 azul marino. Dejó la luz interior encendida, pues era lo que yo le había ordenado.
Elegí cuatro coches al azar, además del de Borja y Sofía, y <ordené> a las chicas venir conmigo y a los chicos, Borja y el novio de Eva incluidos que rodeasen el coche de Claudia.
A mi lado, dentro del furgón que aparqué justo delante del Peugeot de Claudia, estaban cinco chicas y Sofía. Casi todas menos Sofía, que acababa de llegar, estaban desnudas o casi, así que las desnudé del todo. Sofía estaba con camiseta y vaqueros, se los quité y la dejé en ropa interior, un conjunto blanco de encaje que la hacía parecer más virginal aún. Eva se puso al final, a fin de cuentas ya había disfrutado bastante, así que miré a las demás.
Antonia era una pelirroja llamativa, tenía 23 años, acababa de romper con su novio de toda la vida y por lo visto se estaba resarciendo rápidamente. Sus tetas eran grandes, aunque algo caídas ya para su edad, su culo estaba bien, muy bien, y su mata de pelo... ¡¡era pelirroja auténtica!!
Marta estaba algo escuálida para mi gusto, pero en fin, no era algo que me interesase especialmente. Núria era otra cosa. Sin estar gordita como Eva, era rotunda, con unas tetas que parecían misiles, altas, altísimas... Celia era la clásica niña pija, elegante por fuera, pero sin sustancia por dentro, además estaba muy buena.
En cuanto a Sofía, tenía diecisiete años, y todavía era virgen... Pasmoso.
Claudia se empezó a desabrochar los botones de la blusa. Después de todo este tiempo influenciándola ya podía entrar con toda libertad en su mente y mandarle hacer lo que quisiese sin ningún esfuerzo. Su sujetador de cuadritos (parecía más propio de su hija) salió rápidamente a la luz. Los chicos a su alrededor tenían sus pollas en la mano. Se estaban poniendo a cien, pocas veces tendrían cerca a alguien así. Para mi sorpresa quien más excitado estaba era Borja, que al parecer tenía una especia de fijación con la madre de su novia.
Las chicas me la estaban chupando por turnos, había establecido una especie de concurso excepto con Sofía, que estaba de pie junto a mí, mirándome sin parar. Poco a poco empecé a notar en la cabecita de Sofía el sentimiento de adoración que quería de ella, la atracción de lo misterioso, de lo prohibido. La apreté contra mí mientras la besaba.
Claudia ya se había quitado la blusa y se estaba bajando los vaqueros. Se quedó en bragas y sujetador rosas de cuadritos, parecían un mantel de cocina. Le <ordené> que bajase la ventanilla del coche y uno tras otro, los chicos fueron pasando por delante para que se la mamase, cuestión en la que empezaba a ser una experta.
El primero fue Borja, evidentemente, y casi se corre en su boca. Cuando llegó al último, Borja, que no aguantaba más, se metió en el asiento del acompañante, echándolo para atrás. Cogiendo bruscamente a Claudia y rasgándole la ropa interior, se la puso encima, empezando a follársela mientras algún otro atrevidillo entraba dentro del coche para magrearla.
- MMMHHH, sí, así... Así -decía Claudia.
Evidentemente su aversión al sexo estaba empezando a pasar a la historia. Uno de los chicos se atrevió a más y, pasando al asiento posterior, se la metió a Claudia en la boca. Claudia ya había probado esta situación, así que decidí 'darle un poco más'.
Uno de los chicos se puso detrás de ella mientras su polla se situaba en la entrada de su culo. Claudia soltó la polla que estaba mamando para protestar, pero el chico estaba a mil y de unos empujones salvajes se la metió entre gritos ahogados de Claudia.
- No, basta... De uno en uno, por favor. Basta... de uno en... GGGPPPFFF -gritaba, pero los tres chicos no estaban por la labor y volvieron a metérsela en la boca ahogando sus protestas.
Claudia estaba sudando, se corría incesantemente, y Borja y el chico que la enculaba, con sendos gritos se corrieron a la vez, quedando quietos, mientras el otro inundaba de esperma la boca de Claudia.
Los agotados chicos salieron de allí dejando a Claudia despatarrada boca abajo en el asiento del Peugeot. Rápidamente, los otros tres chicos entraron, poniéndose en su lugar.
- AHHH, nno, ya vale... Más no, más no, por favor... No puedo más, no puedo maaaaás -dijo Claudia cuando uno de los chicos la situó sobre él y se la introdujo sin preámbulos.
Claudia estaba chorreando, así que no tuvo ninguna dificultad en deslizarse hasta el fondo. El novio de Eva quería su ración de enculada, así que se puso detrás y de un golpe de riñón se la metió hasta el fondo.
- AAHHH, AAAYYYYY, despacio, despacio... Me haces daño, por favor, despacio - gritaba Claudia sin cesar.
El novio de Eva tenía los ojos en blanco y, justo cuando el otro chico se disponía a que Claudia se la chupase, se corrió dentro del culo de Claudia, que empezaba a estar bastante dilatado.
Claudia consiguió también que el que tenía en la boca se corriese de golpe, salpicándole la cara, y la boca, mientras ella se movía como una posesa arriba y abajo, haciendo que el joven que tenía entre las piernas gritase y gritase mientras se corría.
Claudia se quedó sola jadeando en el coche, sus bragas estaban en una sola pierna y su sujetador en la cintura. Tenía semen por todo el cuerpo mezclándose con el sudor. Antonia había tenido alguna experiencia con otras chicas, así que la mandé con unas toallas que Eva y su novio tenían en el furgón a limpiar a Claudia. Poco a poco fue quedando limpia, mientras las caricias con la toalla de Antonia se hacían más y más insistentes.
Al principio Claudia no comprendía, pensaba que la estaban limpiando simplemente, pero cuando la boca de Antonia rozó la suya, dio un respingo mientras se retiraba, pero no tenía mucho sitio donde ir. Antonia insistió apretando con fuerza el brazo de Claudia mientras con la otra mano le atraía la nuca. Le metió la lengua dentro de la boca saboreando los restos de semen mientras le acariciaba los pechos y le metía dos dedos por su vulva chorreante. Claudia era ya solo un juguete en manos de quien se metiese en el coche, así que me dediqué a mí mismo y a mi pequeño harén juvenil.
Quedaban cuatro chicas en el furgón, así que decidí probar (sin contar a Sofía) cuantos culos habían sido ya desflorados. La indudable ganadora de las mamadas era Núria, así que decidí empezar por ella.
Hice subir a su novio, se tendió en el suelo y Núria se montó encima. Les dejé un tiempo para que se pusiesen en forma, pues su novio se acababa de correr, y empecé a empujar separando sus nalgas. Núria no lo había probado. En cuanto llegué al fondo parece que le empezó a coger el tranquillo. Los berridos eran enormes, parecía que la estaban matando. Aquella chica tenía una forma de correrse que le iba a acarrear problemas en su futuro de casada, a no ser que insonorizase el dormitorio.
Marta se separó ella misma las nalgas mientras se la metía de un tirón, evidentemente ya tenía experiencia, y por la forma de moverse le gustaba horrores. Su mano se metía dentro de su coño haciendo que se masturbase continuamente, dejé mi sitio para su novio y me dediqué a Celia la pija.
La puse de pié en el furgón y la tiré contra la pared, dándome la espalda. Le doblé de golpe la cintura para que su culo sobresaliese, su melena suelta le llegaba casi a la cintura, le separé las piernas mientras se la metía en el coño con un empujón brusco.
- AAAHHH, AHHH, AAAY. Métemela dentro... Sí, dentro, si, así, así, más... ¡MAAAS! -repetía mientras se movía adelante y atrás.
Sería pija, pero follaba como una golfa. La cogí por las caderas mientras aumentaba el ritmo de mis envites y se corría como una loca.
- CABRÓN, FÓLLAME, JÓDEME, MÁS, MÁS... -gritaba mientras se corría.
De repente, me retiré de ella para poner mi polla en la entrada de su culo. Una pequeña exclamación me corroboró que no, Celia no lo había probado. Me estaba costando entrar, su culo era estrecho, Celia se mordía el labio inferior y chillaba alternativamente, mientras yo iba abriéndome camino por un conducto prieto y caliente. Con un último empujón llegué al final al tiempo que Celia empezaba a llorar y berrear.
Llamé a su novio, se puso delante y se la metió hasta el fondo, quedando Celia como un emparedado entre su novio y yo. Al sentirse follada por ambos sitios a la vez, aumentaron sus gritos. Evidentemente le gustaba, así que me moví rápidamente y me corrí dentro de su culo. Al salir, se la metí en la boca de Eva, la ganadora para que me la limpiase del todo. Dejé al novio de Celia y a los otros chicos experimentando cuántos hombres puede atender una chica a la vez.
Cuando terminé, sorprendentemente Sofía se acercó a mí y con suavidad se arrodilló. Mirándome a los ojos se la metió en la boca, con torpeza sí, pero con una dulzura inimaginable. Recorrió mi polla que ya no estaba para muchas juergas con la lengua, acarició mis testículos con su mano, se metió la polla hasta la garganta mientras abrazaba desesperadamente mis caderas. Una lágrima pugnaba por salir de sus ojos. No deseaba hacer aquello, pero pensaba que era la única manera de acercarse a mí, estaba poniendo todo su empeño en que me corriese. De pronto lo vi claro, no estaba influenciándola, Sofía me quería para ella y pensaba que tenía que conseguir ser una especie de heroína sexual para ello. Aquello era amor de veras, no lo que yo le había puesto en su cabeza, o por lo menos no de la misma forma. No lo pude resistir más y me corrí. No me pude salir de su boca por la presión de sus brazos en mi cintura, así que me corrí dentro. Sofía sin tragar, sacó mi miembro de su boca y se limpió sin asco ninguno en una de las toallas, depositando allí mi semen. Me di cuenta de que la amaba.
Sofía
Mandé a todo el mundo fuera y abracé a Sofía mientras una sonrisa iluminaba su cara. Me acosté con ella en las mantas del furgón. Mentalmente mandé a Claudia a casa y a todos los chicos a sus coches, menos a Eva y su novio que ocuparon los asientos de la cabina.
Mientras, Sofía me acariciaba por todo el cuerpo sin que yo me atreviese a moverme. Rompí mi presión sobre su mente despacio, sin sobresaltos, haciéndole ver que había roto definitivamente con Borja.
- ¿Cómo te llamas? -me susurró.
- Baldus -contesté, y era mi nombre auténtico.
- ¿Y qué haces? -su candidez me volvía majareta.
Pensé en la horterada de decirle eso de 'he cruzado océanos de tiempo por ti', pero no, sorprendentemente decidí decirle la verdad.
- Soy un vampiro.
- ¿Y qué hacen los vampiros? ¿Matan a vírgenes indefensas?
- No es necesario que sean vírgenes, -reí- y tampoco mato a nadie, pero puedo hacer mucho daño a la gente.
- ¿Cómo?
- Hago que se enamoren de mí, y después las abandono.
- ¿Me abandonarás?
- ¿Me suplicarás que lo haga?
- Jamás -contestó.
Me acerqué a ella y con la navaja le hice un corte en la muñeca, también pequeño. Le chupé lentamente la sangre mientras salía y ella se estremecía poniendo los ojos en blanco. Fue entonces cuando me creyó realmente. No tardó en cerrar la herida y se quedó allí, mirándome, mientras yo sorbía una gota de su sangre que intentaba resbalar por la comisura de mis labios.
Sabía que no debía llevarla conmigo, la vería envejecer -no se puede crear un vampiro, eso de hacerles beber nuestra sangre es de las películas- y ella vería que se hacía cada vez más vieja. Primero parecería mi hermana mayor, luego mi madre y más tarde mi abuela. Ya había pasado por ello dos veces antes. Pero Sofía era única, no podía dejarla.
La pobre estaba poniendo toda su voluntad en hacerme olvidar a todas aquellas chicas, esforzándose con una torpeza evidente en excitarme por todos los medios. Con una sonrisa me incorporé, apoyándome en el codo, la cogí con un brazo y la recosté, haciendo que dejase de acariciarme.
Mi lengua empezó a recorrer su cuello, deteniéndose en el recorrido de sus nervios y arterias. Sabía exactamente dónde presionar. Sofía cerró los ojos y empezó a respirar por la nariz haciendo algo de ruido. Descendí por el canal de sus senos, sin tocarlos, hasta llegar al vientre, que subía y bajaba rápidamente. Su respiración se estaba haciendo más y más rápida.
Mis manos acariciaban sus piernas en toda su longitud, pero evitando cuidadosamente tocar sus partes más íntimas. Le di la vuelta repitiendo la acción desde la nuca y bajando por la columna, mientras masajeaba lentamente sus vértebras.
- Mmmmhhhhh -susurró.
Sus clavículas se elevaron bruscamente fruto de la excitación, su espalda se empezó a poner brillante por el sudor. Al llegar a sus caderas, me detuve en los huecos que se forman en el final de su espalda, tocando lentamente con la lengua, haciéndola hervir de deseo. De repente, se dio la vuelta.
- Ven, ven -me dijo.
- No, espera -le contesté.
- Por favor...
Su deseo aumentaba por momentos. En situaciones así no es conveniente alargar demasiado la situación, sobre todo si la chica es inexperta, así que bajé sus bragas y descendí besándola hasta su clítoris, que estaba levantado y temblando por la excitación. Mi lengua entró en su vagina lubricándola aún más si cabía, pues estaba completamente mojada.
Abrí sus piernas y puse mi pene en la entrada de su vagina, notando un estremecimiento mezcla de placer y miedo en Sofía. Empecé a entrar dentro de ella, pero no avancé, me quedé allí, en puertas, hasta que fuese ella la que hiciese el primer movimiento.
Cuando se dio cuenta de que no avanzaba, comprendió -bendita chiquilla-. Agarrándose a mis caderas, empujó con las suyas hacia adelante, haciendo que entrase un poco dentro de ella. Abrió la boca, notando por primera vez la presencia de algo nuevo dentro de ella, excitante y deseado. Respiró con fuerza, gruñó y volvió a adelantar la cadera hasta que notó un obstáculo que la detuvo. Entonces empujé con fuerza, haciendo que Sofía gritase.
Cerró los ojos con fuerza, y se apretó aún más contra mí. Yo dejé de moverme, para no causarle más daño, pero ella ya intuía lo que debía hacer, así que se empezó a mover cada vez más rápido, haciendo que el placer le hiciese olvidar el dolor.
Rodé hacia mi derecha llevándomela conmigo hasta que se quedó encima. Abrió los ojos con sorpresa y rápidamente se irguió sentándose sobre mí y moviéndose suavemente. Sus pechos, no tan pequeños como yo había intuido la primera vez que la vi, subían y bajaban con cada movimiento de ella, su respiración se hacía cada vez más rápida, notaba que estaba a punto, así que yo también empecé a moverme para llegar junto con ella al orgasmo.
No podemos dejar embarazadas a humanas, somos razas diferentes, así que no había problema y me corrí dentro de ella mientras gritábamos al unísono. Ella se derrumbó sobre mí, besándome y abrazándome mientras lloraba en silencio.
Le conté la historia de Paul, el médico de Francia que trabaja en un proyecto de investigación, para que se lo contase a sus padres, pues acababa de cambiar de planes.

La partida
El jueves siguiente llamé al timbre de la casa de las magnolias. Claudia estaba sola en casa, todo el servicio libraba así que fue ella quien me abrió la puerta. Al verme se quedó parada. No la influencié, para saborear la situación. Evidentemente su cerebro se negaba a aceptar que era yo, así que decidí aclarárselo.
- Hola Claudia -dije sin un asomo de acento francés.
- Tú -dijo- Eras tú.
- Sí, Claudia, yo. ¿Puedo pasar?
Por supuesto Claudia no quería un escándalo en la puerta. Después de los pasados acontecimientos, era lo último que le apetecía. Con un gesto me invitó a pasar. Me condujo hasta el salón, enorme, majestuoso, decorado por ella misma y con gran gusto, debo reconocer.
- ¿Por qué lo hiciste? -le pregunté de sopetón.
- Nnno entiendo...
- Marcos -respondí.
- Yo... Me enamoré de Juan. En realidad creo que no le quería... Era demasiado joven.
- Tal vez si se lo hubieses dicho no hubiese muerto.
- Lo siento, lo siento.
- Ya -indudablemente, mi aspecto ya no le resultaba extraño- Debió ser muy difícil para ti, ¿verdad?
- Sssí, sí, claro.
- Tal vez por eso le despreciaste y te reíste de él en público en día que murió...
- Lo siento... -musitó.
- Claro, que tu marido tal vez no se hubiese casado contigo si te hubiese visto el lunes en el pinar con aquellos chicos...
Su cara reflejó el horror más profundo que se puede imaginar. Tomó conciencia de que estaba totalmente en mis manos. Lo más excitante para mí es que era cierto que lo estaba pero sin influenciarla en absoluto.
- ¿Qué es lo que quieres, Carlos? -era mi nombre en el tiempo en que la conocí.
- En primer lugar quiero que me lleves a tu dormitorio.
Dio media vuelta y empezó a subir las escaleras que llevaban al piso de arriba. Yo iba detrás viendo cómo se movía su culo al subir. Creo que se dio cuenta, pues exageraba los movimientos. Abrió la puerta y haciendo un ademán con el brazo me indicó que pasara.
- ¿Y ahora? -seguía altiva a pesar de todo.
- Quédate en ropa interior, solo con las medias y el liguero, y échate en la cama.
La cama era enorme, de estilo manuelino, -algunos antepasados de su marido eran de Portugal- con cuatro grandes patas de madera torneada.
Llevaba un conjunto negro de Cacharel, breve, de esos que, para llevarlos y que te sienten bien hay que tener un cuerpo de campeonato.
Cogí unas cuerdas que traía conmigo en un portafolios y le até las manos al cabezal de la cama. Repetí la acción con sus piernas, con lo que quedó como una equis, con los brazos y piernas muy abiertos.
- ¿Qué me vas a hacer? -dijo con un pequeño temblor en la voz. La situación ya la sobrepasaba.
La ignoré mientras me desvestía, y rebuscaba en el portafolios. Con una tijera le corté las bragas, quedando solo con el sujetador, el liguero y las medias. Su preocupación aumentaba, seguía sin entender cómo era posible que estuviese igual que cuando nos separamos y empezaba a estar dominada por el pánico.
Me subí encima y, sin preámbulos ni preparación ninguna, le metí mi pene de golpe, haciéndole calculadamente, bastante daño. Se mordió los labios para no gritar. Casi sin mirarla empecé a bombear con toda la fuerza de que era capaz, notando enseguida cómo su vagina se iba lubricando.
- MMMHHH, MMMHHHH -susurraba.
Se resistía a admitir que le gustaba, pero tampoco iba a suplicar, su orgullo todavía la mantenía. No era su placer lo que yo buscaba, así que me corrí enseguida para su desconcierto y preocupación por un hipotético embarazo. Pero la función no había hecho más que empezar. Saqué del portafolios dos enormes calabacines, descomunales en grosor, que miró con espanto.
- No, no por favor, eso no. Son demasiado grandes -dijo.
Sin hacerle el más mínimo caso, me acerqué a ella y le fui bajando el calabacín mayor por todo el cuerpo hasta llegar a su coño ya húmedo.
- No Carlos, por favor, no -ya empezaba a suplicar.
Poco a poco empecé a meterle dentro el calabacín, girándolo para que pudiese entrar, mientras Claudia sollozaba y jadeaba por el esfuerzo. En unos instantes quedó completamente clavado en su vagina. De los casi treinta centímetros del calabacín solo diez eran visibles. Claudia ahogada por el dolor ya ni siquiera gritaba, se limitaba a sollozar en voz baja.
El otro era más pequeño, aunque también superaba los veinticinco centímetros, pero algo más delgado. Lo unté un poco con vaselina, pero solo lo justo para que entrase y que lo notase bien. Así que, apartando un poco sus nalgas, casi sin ángulo, empecé a metérselo por el culo, lentamente, girándolo como el anterior.
- AAAYYYYY, BASTA, NOOOOOO.
Claudia reanudó sus gritos al sentir cómo entraba el segundo calabacín, urgando en su culo ya bastante dilatado, pues sus experiencias de los últimos días lo habían preparado bastante para esto.
En un momento quedó con dos calabacines asomando por su culo y su coño. El primero de ellos presionaba con el otro para arriba, lo que hacía que Claudia tuviese que arquear levemente sus caderas para no sentir dolor, pero ese arqueo de las caderas y la cintura la hacían excitarse por momentos.
Empecé a pasarle la lengua por todo su cuerpo, deteniéndome especialmente en la parte de sus pechos que dan contra las axilas y la parte exterior del torso. Todos sus centros erógenos estaban siendo pulsados por mí uno tras otro, lo que estaba llevando a Claudia al paroxismo de la lujuria.
- AAAHHHHH, AHHHHHH, MMMMHHHH.
Ya no gritaba y en realidad se estaba corriendo como una burra. Un hilo de saliva caía por la comisura de su boca, sus caderas subían y bajaban cada vez con más fuerza. En realidad, cada vez que bajaban, la presión del calabacín que tenía en el culo entraba un poquito más y presionaba sobre el otro, lo que la hacía enloquecer de gusto cada vez más.
Me senté a horcajadas sobre su pecho y le puse mi pene en sus labios, que se abrieron en el acto para chupar de manera salvaje. Estaba siendo el polvo más brutal de su vida.
- MMMMHHHHH, MMMMHHHHH -repetía sin cesar.
Era increíble lo que había progresado en ese tiempo, entraba casi hasta la garganta, chupando con una avidez impensable unas semanas antes. Me corrí en plan salvaje, causándole casi un atragantón. Tragó rápidamente y empezó a toser. Apenas la dejaba respirar con mi presión sobre su pecho.
Me bajé contemplando la situación. Claudia seguía moviéndose sin cesar clavada por dos enormes calabacines, corriéndose sin solución de continuidad, era la locura. Me miraba fijamente mientras mordía su labio inferior para no chillar mientras continuaba moviéndose todo lo que podía. Despacio, me acerqué a una cámara de vídeo en funcionamiento que Claudia no había visto hasta este momento y enfoqué un poco mejor.
- ¿Qué tal Claudia? ¿Te mando la copia o prefieres que se la mande a tu marido?
Claudia no respondió, su cerebro seguía totalmente entregado al sexo, hasta que con un berrido tremendo se desplomó y se quedó quieta salvo por unas sacudidas compulsivas, mientras abundantes lágrimas caían por su cara y sus dientes entrechocaban febrilmente.
- AAAARRRGGGGRRRRR.
Me vestí, recogí mi portafolios, corté las ligaduras de Claudia, que ni se movió para quitarse los calabacines, y abandoné la casa de las magnolias sin mirar atrás.
Para rematar mi faena me presenté al día siguiente después de comer en su casa para recoger a Sofía e ir al cine (en realidad para coger con ella el avión con destino a Zurich, aunque todavía ella no lo supiese). Tengo allí una nueva identidad, una preciosa casa a la orilla de un lago y unas acciones en la bolsa de Frankfurt que pueden permitirme una vida sin sobresaltos. Al menos 20 años.
La criada me abrió la puerta, Sofía ya le había hablado de mí a su padre y, aunque no le gustó nada en un principio, confiaba en que un enamoramiento juvenil pasase con el tiempo. Además, su padre confiaba en convencerme por las buenas o por las malas sin tener que enfrentarse a su hija.
Saludé a su padre en la biblioteca y, tras hacerme las preguntas de rigor (en qué trabajas, de dónde eres, tus padres...), su inquisitorial mirada esperó respuestas.
Le conté la fábula de mi tapadera en Madrid. Era médico, licenciado en la Sorbona 'cum laude', y estaba haciendo unos estudios sobre la coagulación de la sangre y la influencia de la luz en la misma.
Enseguida apareció un amigo suyo que 'casualmente' era médico. Estaba claro que no quería correr riesgos conmigo. Me comentó algunas cosa por encima. Evidentemente no era Hematólogo, así que lo deslumbré con rapidez. Modestia aparte soy una autoridad en la materia -cosa lógica por otra parte- así que me creyó y permitió que su hija saliese conmigo. De todos modos, seguía con la mosca detrás de la oreja. Además, no era capaz de decir cuantos años tenía, así que me lo preguntó sin ambages.
- Acabo de cumplir 24, señor -dije con toda la candidez de que era capaz, mientras escuchaba un taconeo bajando las escaleras.
- Bien cariño, no llegues muy tarde, si no tu padre y yo nos preocupamos, ya sabes -escuché que decía una de las voces provenientes de la escalera.
Me di la vuelta gozando por anticipado del momento. Claudia boqueó con los ojos fijos en mí, tenía ojeras. Probablemente su marido le había dado otra dosis de sexo por la noche. No dijo nada, pero su corazón palpitaba fuertemente mientras me despedía y acompañaba a Sofía a la puerta.
- Por cierto, Sofía, ¿tu madre puso ayer sopa de calabacín? -pregunté en voz alta para que me oyese. Sofía me miró con desconcierto, mientras su madre me fulminaba con la mirada.
- No, no ¿Por qué?
- No, por nada, olvídalo
Bien, Claudia tenía su merecido, no pasaría mucho tiempo sin que su marido la pillase in fraganti en estos nuevos juegos a los que la había aficionado. El cómo reaccionase ya no me importaba, había conseguido algo más importante, y además algo que, sin proponérmelo, le iba a hacer más daño. Le había quitado a su hija.
Atrás quedaba la venganza. Delante, otra vida por vivir.


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