El sábado, cuando sonó el timbre, aún estaba en la cama aunque eran más de las once. Creí que sería mi amiga Elena y salí a abrir en camisón, medio dormida, dispuesta a reprocharle su intempestiva visita. En el umbral aparecieron dos jovencitos con carpetas que al parecer iban haciendo encuestas. Adormilada y sorprendida no acerté a inventar una excusa con que negarme y los hice pasar al salón para contestarles la maldita encuesta.
Me despabilé un poco y los observé mejor: unos veinte años, muy apuestos los dos, debían ser universitarios que se ganaban algo de dinero con ese trabajo los fines de semana. Iniciaron las preguntas del cuestionario desplegando sobre la mesita un montón de tarjetas y muestras de productos de limpieza del hogar. Soy una fanática de la limpieza pero lo cierto es que no me fijo en los productos,para mí son todos iguales y empecé a responder lo mejor que pude a sus exhaustivas preguntas sobre mis experiencias y pautas de consumo con detergentes, lavavajillas y otros productos de ese tipo.
En el capítulo de los limpia-cristales me pareció que me miraban de una forma extraña, con insólito interés. Enseguida reparé en que sólo llevaba encima las zapatillas y un cortísimo camisón blanco que apenas me cubría la parte superior del muslo. Además, la tela era tan sutil que, con la luz del sol de la mañana, se clareaba dejando entrever el contorno de mis pechos. Mis pezones se transparentaban y una oscura sombra se evidenciaba a la altura de mi vello púbico.
La situación me divertía y me halagaba profundamente. Aunque estaban bastante cortados demostraban una gran educación intentando no mirarme con descaro, sobre todo Fernando, el más bajito. Pero la tentación era demasiado fuerte y cada vez que levantaban la vista del papel me lanzaban unas breves pero intensas miradas furtivas. Yo sabía que no podían evitarlo y cada poco les facilitaba la maniobra desviando la vista al techo como si pensara la respuesta unos instantes que ellos aprovechaban para clavar con ansia sus ojos en mi cuerpo que se insinuaba desnudo bajo el vaporoso camisón semitansparente.
Aquellas miradas escrutadoras parecían traspasar el etéreo tejido y me hacían sentirme como si estuviera totalmente desnuda. Noté un intenso cosquilleo en el vientre y un extraño afán exhibicionista se apoderó de mí. La peripecia me encantaba y en mi casa me sentía segura. El desafío ante esos dos jovencitos azorados era tan tentador que decidí que podía permitirme llevar la provocación un poco más lejos. Les ofrecí café y cuando aceptaron crucé todo el salón contoneándome insinuantemente con un escandaloso movimiento de caderas. Estaba segura de que el tenue camisón clareaba la redondez de mis nalgas y al alejarme sentí sus miradas recorriéndome las piernas para clavarse con fuerza en mi trasero. Luego, al colocar y servir las tazas, me incliné sobre la mesita sin ninguna precaución con aparente descuido. Mi generoso escote les ofreció una completa y provocativa visión de mis pechos desnudos.
No podían ocultar su azoramiento y nerviosismo. Intentaban desviar la mirada y pretendían simular que no se daban cuenta. Yo estaba disfrutando tanto de la situación que decidí llevar aún más lejos mi maquinación. Me senté en el sofá frente a ellos y, fingiendo distracción, dejé las piernas ligeramente abiertas. Lo suficiente para que mi cortísimo camisón les permitiera vislumbrar levemente el rizado vello de mi sexo desnudo.
Su turbación se convirtió en verdadero desasosiego. No conseguían leer una pregunta completa sin que sus ojos se evadieran del cuestionario para concentrarse unos segundos en mi entrepierna La escena me enardecía por momentos y el cosquilleo que sentía en el vientre se hizo más intenso y profundo. No podía dominar el extraño deseo de exhibirme ante ellos que me invadía. Mis rodillas se fueron separando muy lentamente por sí mismas, forzando a mi escueto camisón a deslizarse hacia arriba por mis muslos.
Terminé con el bajo de la prenda arrugado casi en las caderas y con las piernas convenientemente abiertas para que pudieran disfrutar una completa panorámica de mi pubis desnudo. Aunque yo intentase simularlo manteniendo una actitud aparentemente despreocupada, era evidente que esa obscena postura no era fruto del descuido. La persistente e impúdica exhibición de mi sexo representaba una clara y deliberada provocación por mi parte que acabó por motivar un radical cambio de actitud en ellos.
Dejaron de preguntarme e interrumpieron la encuesta. En un completo y desafiante silencio, ambos mantuvieron sus ojos clavados en mí con atrevimiento, como devorándome con sus miradas penetrantes. Me mantuve inmóvil con una cándida e inocente sonrisa pintada en mi cara. Aquella forma de contemplarme intensificó mi excitación y agudizó el capricho de exhibirme. Una creciente humedad se iba formando en mi entrepierna, principal objeto de su atención. No pude evitar mirarles a los ojos con insinuante descaro sin que ellos desviasen sus miradas desafiantes. Si esperaban que me intimidase se equivocaron porque, en lugar de retraerme, decidí abrirme definitiva y completamente de piernas ante ellos.
Cuando divisaron los rosados labios de mi sexo que destacaban palpitantes, sus corazones se aceleraron y el ambiente se cargó de una lujuriosa sensualidad. Transcurrieron unos momentos de indecisión. Cruzaron miradas dubitativas entre ellos. Dibujé una sonrisa de pícara satisfacción y me humedecí los labios con la lengua lo más sugerentemente que pude, en un gesto lleno de lascivia y voluptuosidad. Y aquello fue el detonante final que les hizo vencer cualquier atisbo de duda.
Pedro, el más alto, vino junto al sofá. De pie a mi lado se abrió la bragueta para liberar una enorme verga rígida que saltó como un resorte y quedó apuntándome enhiesta y desafiante a escasos centímetros de la cara. La miré con gula y nada más propinarle el primer lengüetazo de arriba abajo, Fernando se sentó junto a mí y comenzó a acariciarme ansiosamente los pechos sobre el camisón. Me introduje con glotonería el formidable miembro en la boca y empecé a lamerlo y a chuparlo con fruición, metiéndolo y sacándolo y propinándole enérgicas caricias con la lengua.
Fernando me estaba deleitando con un hábil magreo en las tetas y me pellizcaba suavemente los pezones hasta que me agarró las piernas y me fue desplazando para dejarme tumbada sobre el sofá. Acabé echada boca arriba con el camisón arrugado a la altura de las axilas, las piernas totalmente abiertas y aferrada a la formidable polla de Pedro que palpitaba entre mis labios. Fernando inició una serie de variadas y suaves caricias de su lengua por mis pechos mordisqueándome los pezones para bajar luego hacia mi sexo. Aquellas deliciosas lamidas recorriendo mi raja me volvieron loca de deseo. Pedro, que jadeaba enardecido, hundía su verga hasta mi garganta mientras la lengua de Fernando se esmeraba en sus insuperables lamidas incidiendo con destreza en el clítoris causándome verdaderos espasmos de placer.
Sentí en mi boca como la polla de Pedro vibraba y se estremecía con los estertores previos al orgasmo e intensifiqué la succión sobre el glande con el máximo ardor. Los lengüetazos sobre mi clítoris se habían vuelto irresistibles y su lengua penetraba dulcemente en mi vagina provocándome una deliciosa sensación de goce que me hacía temblar de placer. Jadeando entre espasmos, tras dos fuertes convulsiones, Pedro llegó al orgasmo. Estaba tan concentrada en mi propio goce que el primer disparo de semen me pilló desprevenida. La potente ráfaga impactó con fuerza en mi mejilla formando un cálido reguero de leche pastosa que resbalaba como un torrente goteando sobre mis tetas. Conseguí atrapar el miembro con los labios y metérmelo en la boca justo a tiempo para que la segunda erupción se estrellase contra mi paladar.
Succioné con fuerza la palpitante verga mientras emanaba con profusión una inmensa cantidad de esperma que me llenó toda la boca, inundándola de deliciosa crema. Me encontraba al borde éxtasis temblando y sudorosa. El hábil chupeteo de la lengua de Fernando en mi clítoris se convirtió en una fricción tan enérgica que sin poder evitarlo me hizo correrme convulsionándome y vibrando de gusto en un orgasmo fortísimo e interminable. Las potentes oleadas de intenso placer que me invadían, me impulsaban a emitir exagerados gemidos de satisfacción. Pero el enorme miembro que vibraba en mis labios no cesaba un instante de vomitar riadas de semen. Al no poder reprimir los agudos gemidos que pugnaban por salir de mi garganta, con toda la boca anegada de esperma, casi me atraganto.
Aún estaba alterada por los estertores finales de mi intenso y largo orgasmo. Sorbía con fuerza la debilitada polla de Pedro para extraer golosamente las últimas gotas de su eyaculación cuando, inesperadamente, de un violento tirón, Fernando me arrastró y me dejó arrodillada en el suelo con el pecho apoyado en el asiento del sofá. Quedé tan sorprendida que no me dio tiempo a reaccionar cuando se arrodilló entre mis piernas y sentí por detrás su verga durísima abriéndose paso entre los labios de mi sexo. Me asió con fuerza por las caderas y, de un único y enérgico empellón, me insertó toda la longitud de su pene hasta lo más profundo de mi sexo.
Al sentirme totalmente penetrada dejé escapar un gritito de satisfacción. Si la verga de Pedro que acababa de mamar me había parecido enorme, ésta que tenía embutida hasta las entrañas debía tener un tamaño descomunal. Me notaba dulcemente empalada hasta zonas de mi sexo donde creía que era imposible que una polla pudiera llegar. Hacía escaso rato que acababa de correrme en un éxtasis increíblemente largo, pero Fernando empezó a penetrarme desde atrás con un ansia furiosa, agarrado a mis caderas y con acometidas tan enérgicas que casi me sentí desvanecer de placer.
Con cada impetuoso y acompasado embate de su dura polla en mi interior sentía que me fallaban las fuerzas y respondía tensando todos los músculos de mi cuerpo y profiriendo un fuerte gemido de gozo para resistir el inmenso placer que me estaban proporcionando sus despiadadas embestidas.
Enardecido por mis desesperados gemidos de gozo y con el movimiento oscilante de mis caderas que se ondulaban siguiendo el ritmo de sus embates, Fernando aumentó la velocidad y profundidad de las penetraciones. Me estaba follando con lujuriosa vehemencia; de una manera inhumana, bárbara, implacable, salvaje… justo como yo ansiaba que lo hiciera.
Sentía, a cada embestida, como su ariete, robusto y durísimo, me taladraba despiadadamente hasta las entrañas y como sus testículos se aplastaban con fuerza contra mis nalgas. El inmenso placer que me estaba provocando se hacía insoportable. Lanzando grititos de satisfacción casi llegué a creer que iba a perder el sentido de gusto. Enseguida volví a correrme. Con el cuerpo sudando y vibrando, experimenté un vehemente segundo orgasmo que parecía que no iba a acabarse nunca.
Cada vez que la fascinante sensación disminuía y creía que la deliciosa tortura iba a terminar, Fernando volvía a penetrarme con un ansia brutal sin apiadarse de mí. Y entonces, arrancándome espasmos y aullidos de placer, volvía a elevar el clímax a sus cimas más altas, una y otra vez, sin detenerse ni un instante.
Tras una eternidad finalmente cedió la interminable conmoción de mi orgasmo. El chico debía estar agotado pero no se había corrido porque extrajo su miembro del interior de mi sexo aún rígido y enorme. Quedé derrengada de rodillas en el suelo con la cara vencida sobre el asiento del sofá con una increíble impresión de vacío entre las piernas.
Cuando dejé de jadear y recobré la respiración, levanté la vista y descubrí que ambos me miraban con sus instrumentos empalmadísimos y un rictus de deseo malévolo dibujado en sus caras. Cuando se acercaron, accedí sumisamente a levantar los brazos para permitir que me despojasen del arrugado y empapado camisón y me quedé definitivamente desnuda. Estaba totalmente rendida, exhausta y sin fuerzas. Sus cuatro manos aterrizaron sobre mí.
Empezaron a sobarme todo el cuerpo, especialmente los pechos y el trasero con intensos magreos. Fernando me restregaba por las tetas su enorme verga caliente y palpitante aún empapada con mis jugos provocándome una agradable sensación que, al friccionarme los pezones con el glande, me transmitía un delicioso hormigueo por todos los rincones de mi piel.
Tras los dos prolongados y violentos orgasmos que acababa de disfrutar, había caído en una agradable sensación placentera de distensión relajada. Mi cara debía tener una expresión beatífica de infinita dicha, de absoluta placidez, mientras me acariciaban dulcemente todo el cuerpo con sus manos y me restregaban sus miembros durísimos. Hubiera deseado permanecer eternamente en ese estado deleitándome en la agradable sensación de sublime felicidad. Pero sus ardorosas miradas y el increíble tamaño que habían vuelto a alcanzar sus penes demostraban sin lugar a dudas que estaban sobreexcitados y que aquello no podía durar mucho más.
Un inquietante presentimiento asaltó mi mente: – ¡Quieren follarme otra vez! – Me sentía derrengada, sin fuerzas y ansiaba seguir disfrutando de la dulce placidez de la tregua y sus caricias. Pero era evidente que ellos tenían otros planes, y pensé – ¡No puedo resistir ahora un nuevo asalto! ¡No puedo..! Tengo que descansar… descansar… descansar y relajarme un poco más. – Debía mitigar como fuera su excitación.
Alargué la mano para agarrar la polla de Fernando y empecé a lamerla con deleite mientras Pedro me acariciaba las tetas. Al notar el sabor de mis propios jugos sentí que de nuevo me enardecía y me esmeré con pasión en la mamada. Al mismo tiempo tomé con la otra mano la enorme polla de Pedro y empecé a masturbarle. Necesitaba un respiro antes de volver a ser penetrada y traté de darles gusto con las caricias de mi lengua y la diestra manipulación de mis dedos para poder descansar un rato más pero sólo conseguí estimular aún más su excitación. Escuché un siseo entre ellos y me apercibí de que algo estaban tramando cuando ambos se alejaron de mí bruscamente.
Fernando me agarró por un brazo y me obligó a levantarme con suavidad pero con firmeza. Aún me sentía agotada y exhausta pero obedecí con sumisión. Pedro se había tumbado boca arriba en la alfombra y su enorme verga durísima apuntaba desafiante hacia el techo. Con sucesivas palmaditas en las nalgas, me llevó hasta él y accedí complaciente cuando me hizo arrodillarme sobre su compañero. Cedí con sumisión a la presión de sus manos en mis hombros que me forzaba a descender poco a poco para que su erguida polla se fuera clavando lenta pero inexorablemente en mi vagina.
Finalmente dejé vencer todo mi peso y noté como la enorme y rígida verga me iba taladrando hasta lo más profundo de mi sexo y sentí la redondez de sus huevos aplastados bajo mis nalgas y las caricias de sus manos sobre mis tetas. Al estar de nuevo insertada en aquel formidable miembro duro y palpitante, todo el agotamiento desapareció para dar paso a la ardiente lujuria que me invadía. Empecé a cabalgarlo muy lentamente notando como las paredes de mi vagina se dilataban dócilmente ante la presión del poderoso y enérgico instrumento que me atravesaba hasta las entrañas y me provocaba con su movimiento una deliciosa sensación.
Antes de que pudiera coger un ritmo vivo en mi trote sobre su verga, Pedro me hizo inclinarme sobre él hasta apoyar los codos en el suelo. El contacto de mis tetas aplastadas contra su recio pecho sudoroso me provocó un escalofrío de placer. Luego me introdujo la lengua profundamente en la boca. Al mismo tiempo, con un movimiento acompasado, hacía ondular simultáneamente su lengua en mi boca y su verga en mi coño con tal voluptuosidad que tenía que contraer todos los músculos para resistir la sensación y no derretirme de gusto.
Entretanto, Fernando se había arrodillado detrás de mí. Después de acariciarme suavemente el trasero me separó las nalgas y noté su firme verga presionando contra la entrada de mi ano. Al darme cuenta de que pretendía insertarme su descomunal aparato en mi delicado y frágil culito, me invadió un angustioso sentimiento de pavor.
– ¡Quiere metérmela por el culo! – pensé aterrada ante la inminencia de lo que iba a ocurrir.
Mi primera reacción fue intentar negarme con resistencia pero no pude mover un solo músculo. Estaba literalmente clavada sobre la verga de Pedro que me rodeaba con sus brazos por la espalda mientras Fernando me sujetaba con fuerza por las caderas. Con una presión suave pero firme y decidida de su miembro hizo que mi culo se abriera como una rosa y su glande penetró en mi ano. Lancé un agudo alarido de protesta que no sirvió para disuadirle. Sentí que me sujetaban más fuerte. Pedro le animaba:
– ¡Vamos, hasta el fondo!
Empujó con energía y tuve que apretar los dientes con fuerza para tratar de resistir la brutal penetración. En lugar de oponerse, los músculos de mi ano se rindieron abriéndose dócilmente ante la irrupción de la potente y recia verga que pugnaba por internarse entre mis nalgas. Con determinación, de una última violenta embestida terminó por encajar toda la longitud de su miembro en el interior de mi culo con un dolor punzante y desgarrador. Lancé un gemido de lamento pero enseguida me relajé y la tortura dio paso a la deliciosa impresión de sentirme total y completamente rellena y saturada; estrujada entre dos sudorosos cuerpos masculinos ardientes de deseo y empalada por los dos formidables penes que me taladraban. Iniciaron una serie de movimientos acompasados.
Yo permanecía inmóvil concentrada en el cúmulo de sensaciones que me estaban provocando. Nunca hubiera podido creer que una polla tan enorme como la de Fernando pudiera provocarme una impresión tan deliciosa mientras me follaba ansiosamente el culo. Era una sensación tan gozosa que lo único que me conectaba al mundo en ese momento eran las dos enormes vergas que tenía insertadas dentro de mi cuerpo provocándome intensas oleadas de placer. Sus pollas se agitaban en mi interior separadas por una fina membrana. Pensé que cada uno sentiría claramente la presión del miembro del otro estrechando aún más mis angostos orificios.
Emprendieron una serie de movimientos rítmicos en una deliciosa y placentera tortura lasciva. Cuando Fernando retiraba casi totalmente su verga de mi ano, Pedro me penetraba con fuerza insertando la suya hasta lo más profundo de mi sexo. Tras una breve pausa que me provocaba un intenso escalofrío de placer, Pedro iba sacando lentamente su polla de mi coño mientras Fernando empujaba con fuerza para ir embutiendo la suya hasta el fondo de mi trasero.
Con una sincronía perfecta me estuvieron follando al mismo tiempo alternativamente por los dos agujeros proporcionándome oleadas de lujurioso goce. Me sentía totalmente penetrada, repleta, gozando por todos los poros de mi cuerpo en una situación de plena felicidad. De repente experimenté una convulsión de placer señal inequívoca del preludio de mi orgasmo. Intenté retrasarlo para prolongar al máximo la deliciosa sensación. Fue inútil porque todo mi cuerpo vibraba y no pude contenerme. Prorrumpí en agudos y desesperados gemidos de satisfacción. Eso provocó que ellos se enardecieran y empezaran a follarme sin ningún control por ambos orificios con una velocidad y potencia desmedidas. Sus potentes embestidas conjuntas me hicieron correrme otra vez antes que ellos, derritiéndome de placer y aullando de satisfacción con una expresión de completa felicidad.
Mientras estaba en la cima del éxtasis, víctima de espasmos de gozo y espoleada por el ansia, yo misma intentaba provocarme unas imposibles penetraciones más profundas con potentes movimientos y ondulaciones de todo mi cuerpo. Fue un orgasmo increíblemente largo e intenso. La doble fuente de placer que surgía de mis entrañas se extendía por todos los poros de mi piel en un agudo y poderosísimo clímax. La suma de gemidos de satisfacción y espasmos de gozo de mi cuerpo vibrante de placer motivaron que Fernando incrementase la velocidad y profundidad de sus penetraciones y se corriera en mi torturado culo regándolo con su semen. Mientras jadeaba y me pellizcaba las tetas con furia sentí un torrente de leche caliente inundándome las tripas y, luego, descendiendo lentamente hacia mi ano cuando extrajo su polla exánime y quedó tirado en el suelo totalmente agotado y satisfecho.
Pese a sentir un profundo vacío entre mis nalgas, tenía más libertad de movimientos y me pude concentrar en Pedro. Inicié una frenética cabalgada galopando sobre su miembro. Mis pechos se bamboleaban al ritmo del vivo trote hasta que aprecié en su cuerpo la rigidez previa al orgasmo. Aumenté la velocidad de mi galope para llevarle al borde del éxtasis pero, en el último instante, pensé en las posibles consecuencias y, ante su sorpresa, me descabalgué de un salto para volverme con rapidez y atrapar con la boca su verga a punto de estallar. Nada más propinarle el primer lametón, empezó a eyacular entre mis labios. Tragué ese primer disparo de semen y fui sorbiendo toda la ingente cantidad de leche que arrojaba entre caricias de mi lengua para acabar de beberme hasta la última gota.
Quedamos los tres derrengados y desfallecidos, totalmente saciados y tumbados sobre la alfombra un buen rato.
Cuando se fueron pensé que no me importaría responder una encuesta así todas las semanas.